Hola a todos
Como imaginarán, este fin de año ha estado un poco movido, por eso he andado semidesaparecida. Pero no quiero terminar el año sin antes compartir con ustedes una historia que nos envió Maribel de Morales.
Como he dicho antes, las historias de Maribel y su familia son muy parecidas a las de mi familia... pero creo que en mi casa, a pesar de que casi todas mis hermanas eran piromaníáticas, nunca llegamos a estos extremos (...creo).
Los dejo con Maribel y los espero el 31 para que brindemos por un venturoso año 2010.
Apapachos, mil
Casi siempre en mis historias soy una expectante pasiva, en esta ocasión muy a mi pesar, soy la protagonista de un incidente con el que iniciamos un Año Nuevo poco usual.
No recuerdo bien cuántos años tenía en ese entonces, pero serían menos de 7. Mi abuelita pasaba las fiestas navideñas y las de fin de año con nosotros desde que tengo uso de razón hasta que dejó de hacerlo unos pocos años antes de su muerte. Era un personaje muy importante, ya fuera por sus ocurrencias, alegría, detalles para con los nietos, en fin, alguien decía que la Navidad no estaba completa sin “la abuelita”.
Siguiendo nuestras tradiciones, hacíamos arbolito navideño y en el piso se hacía en nacimiento, adornado minuciosamente con figuras de barro, ranchitos, fuentes, ríos y el lugar más importante era para los Niños Jesús (eran 3) que se disponían de la mejor forma en el nacimiento para que cada uno fuera el más visto en este bello paisaje.
Se les vestía con trajecitos hechos especialmente para la ocasión, siendo ésta vez, unos vestidos en ganchillo y que en la parte de afuera tenían algodón de vivos colores con adornos muy bonitos. Usaban gorrito y escarpines y en año nuevo se les sentaba en una sillita de madera laboriosamente tallada para ellos.
El arbolito era sin hojas, como estaba seco, se pintaba con pintura plateada en aerosol y se decoraba con esferas y figuras propias de la época. Como en nuestros países tropicales no tenemos nieve en ninguna época del año, salvo en las cumbres muy altas que muy de vez en cuando cae escarcha, nos gustaba imaginar que nuestro arbolito tenía nieve, ya fuera con nieve artificial o con algodón blanco.
Junto al nacimiento se ponían veladoras, que se encendían a la media noche, justo cuando era el cambio de año y se rezaba por todos nuestros familiares y conocidos, deseando que ese año fuera mejor que el anterior.
Compraban para estos festejos cohetillos, estrellitas, bombas de luces, etc., todo para celebrar. A mí me compraron las famosas estrellitas y como era chica no podía ni usar vela para encenderla y mucho menos un cigarrillo con el cual se encendían los cohetillos. Así que mi abuelita con su buena intención e inocencia, me dijo que encendiera mi estrellita en la veladora del nacimiento. Y vengo y le hago caso y una chispa cae en el algodón del arbolito y empieza a quemarse estrepitosamente todo lo que allí había. Cuando vimos semejante incendio todos los que estaban en la sala empezaron a gritar y se le unieron los que estaban fuera. Como no podían apagar el arbolito el fuego ganó terreno y se pasó a la cortina de la ventana que estaba cerca, mi tía gritaba primero por el árbol, luego subió de tono cuando vio la cortina en llamas y por último los vestidos de los Niños Jesús, que también se habían encendido.
En un acto de desesperación vino mi tío temblores –que creo que con todas las cosas que nos pasaban, ya estaba entrenándose como bombero- arrancó literalmente el árbol del nacimiento con las series de luces colgando y lo sacó a la calle. Menos mal que había una puerta muy cerca y conveniente, ya que el fuego no se apagaba. Al fin lograron controlar el incendio y rescatar a los Niños Jesús que a pesar de que les quitaron sus vestidos, sufrieron daños considerables que ameritaron llevarlos a reparar.
Después de haber pedido cuentas de cómo sucedieron los hechos, creo que la única regañada en esta ocasión fue mi pobre abuelita, por haber dado el consejo a su nieta de encender la estrellita en la veladora. Me recuerdo que lo único que hice fue solidarizarme con mi abuelita y lloramos juntas por haber hecho la travesura y también en agradecimiento a Dios de que ¡no quemamos la casa!.
Creo que los vecinos al ver el espectáculo dirían que éramos unos exagerados para celebrar, pues en lugar de quemar cohetillos y bombas de luces, quemábamos árboles adornados para recibir al Año Nuevo.