miércoles, 27 de agosto de 2008

Saludo... ¡Uno!


Ser de baja estatura tiene su lado bueno y su lado incómodo.
Una de las inconveniencias ergonómicas es que la pestaña para proteger del sol los ojos del piloto en los vehículos, no alcanza a cubrir los de mi personita.
Una soleada mañana, iba en mi Chevito (el súper Chevy) por el centro histórico capitalino rumbo al parqueo cerca de la oficina. Conducía detrás de una camioneta (ahora llamada burra) echa lata (la camioneta, obvio) de la que colgaba, por la puerta trasera, el ayudante (hoy llamado brocha).
Como había mucho sol y la referida vicera no me hacía ni cosquillas, tomé con la mano izquierda el timón del Chevy y con la derecha intenté protegerme del sol.
Este ademán llamó la atención del brocha quien, en un arranque muy chapín de creatividad cómica, me hizo un gesto similar al saludo militar.
De más está contar que en lugar de enojarme por ser blanco de esta burla, me dio tanta risa que me fui riendo todo el camino, sin poderlo evitar, hasta el parqueo.
Todavía hoy, cuando escribo este recuerdo, se asoma una enorme sonrisa a mis labios.

domingo, 24 de agosto de 2008

Grillos sin patita

Aunque usted no lo crea, en mi casa es muy difícil ver una cucaracha. En cambio, abundan los zancudos, los cienpiés (¿o ciempiés? ¿o cien pies?), las rosquillas, las arañas, los alacranes, los grillos y hasta las lagartijas.
Entre toda esta variopinta gama de convivientes (mientras les dura el gusto) los que más me simpatizan son los grillos.
No sé si sea igual en todas partes, pero podría asegurar que en mi casa, de los grillos que he encontrado del 2000 para acá, uno de cada tres ha perdido una de sus largas patitas traseras.
Cuando empecé a darme cuenta de la frecuencia con que encontraba grillitos cojos se despertó en mí la curiosidad por comprender el fenómeno. Podría tratarse de mutaciones genéticas, de algún proceso temporal después de haber cambiado de piel... Así que, después de mucho buscar, encontré, finalmente, la causa de las mutilaciones: Desde mi punto de vista, los grillos no son pieza fácil de las arañas. Antes que morir entre las redes arácnidas, luchan desesperados por su vida. En el intento, pierden la patita trasera pero recobran la libertad. Lo sé porque en algunas telarañas he visto algunas patitas parecidas a las de los grillos.
¿Saben? Yo admiro y respeto a los grillos por ese sacrificio. ¿Cuántos de nosotros nos dejamos vencer cuando caemos en las telarañas de la adversidad?
No es que me las lleve de fabulista y pretenda dejar una moraleja. Pero sería bueno actuar como los grillos: pagar caro el precio de la libertad y de la vida misma, antes que dejarnos vencer.

viernes, 22 de agosto de 2008

Hablemos de piropos

Bueno, ya me puse seria y, aunque no es mi intención tampoco la carcajada, vamos por otros temas más light.
Así que les propongo que hablemos de piropos.
Les voy a contar lo mejor que yo recuerdo que me han dicho. Si alguna mujer se anima, pues diga aquí lo que más le haya gustado de lo que le hayan dicho. Y ¿por qué no? Hombres, cuéntennos cuáles han sido las mejores flores que les hayan dicho las mujeres. Bueno, cualquiera que sea su preferencia sexual, cuéntennos sus mejores piropos. A lo mejor aquí aprendemos a decir cosas bonitas a quienes nos gustan ¿no?
Una vez, bajando de la camioneta para ir a la U, un hombre se puso frente a la puerta por donde yo bajaba y al verme exclamó: Yo sabía que los ángeles bajaban del cielo, pero no sabía que también de las camionetas... (Cien puntos, ¿no creen?)
Hace algunos años (tres o cuatro) iba yo a la oficina y pasé, como de costumbre, por el callejón de la 13 calle A, entre 10 y 11 avenidas. Dos hombres conversaban afuera de una casa y se hicieron a un lado para dejarme pasar. Uno de ellos me dijo: "Si hubiera sabido que una señora como usted iba a pasar frente a mi casa, habría mandado a barrer la calle" (eeeeeeeeessssssssssssssssssssssssooooooooooooooooo). Pero la cosa no quedó allí, unos días después, cuando volví a pasar por allí, lo volví a encontrar frente a su puerta. Al verme de nuevo, me dijo: "Sabía que pasaría, así que le mandé a lavar la calle" (10000000000000000000000 puntos ¿están de acuerdo?)
Una vez que andaba buscando una dirección que me dieron equivocada, me acerqué a dos señores que estaban afuera de donde se suponía era el lugar al que iba. Corroboraron la dirección, me dijeron que esa era la avenida y ese el número, pero obviamente no era el lugar que yo buscaba, y uno de ellos agregó algo así: "De plano la mandaron con nosotros para que la pudiéramos ver de cerca, si no nadie les hubiera creído que habían visto a una mujer tan linda" (¿cómo les quedó el ojo? Ah, pero si la gente es creativa, de eso no me queda duda)
Mi único admirador (al menos es el único que se ha llamado mi admirador) me ha dicho mil cosas hermosas. Como no sé escoger entre tanta frase hermosa que me ha dicho, les dejo una muestra: "Le deseo tenga un día tan lindo como usted, su sonrisa, su manera de escribir, su cabello, su forma de ser..." (lo que sigue me lo guardo para mí, pero lo que leyeron ¿no es para inflarle el ego a cualquiera? Como diría la Gata loca ¿no es él un encanto?)
Hagamos un inventario de piropos ¿si?

miércoles, 20 de agosto de 2008

¿De qué murió Matute? I
(¿meterme o no meterme?)


Divertido sería si les contara sobre la vez que le pregunté a un compañero ¿De qué murió Matute? sin recordar que "ese" era precisamente su apellido. No recuerdo su expresión, pero sí el calor que se apoderó mi rostro y el gesto tonto que debo haber hecho al darme cuenta de la metida de "patte" (Quién me conoce sabe que no sé disimular).
Pero la anécdota de hoy es más bien "insólita", por no decirle sórdida o deplorable.
Una noche, hace ya varios meses, iba de regreso a casa junto a mis dos hijas en el súper Chevy. El tráfico era lento, casi inmóvil, pues íbamos sobre una avenida que entronca con la calzada Roosevelt, a una hora pico. En aquel mar de carros detenidos por la brillante actuación de los agentes de Emetra, no hay mucho que lo pueda distraer a uno. Sin embargo mis hijas me dijeron: "mami, mirá, el señor del carro de la par le va pegando a la señora". En efecto, en el sedán de vidrios polarizados que iba a nuestra derecha podía verse claramente que el conductor golpeaba duramente a su acompañante femenina. Como soy muy impulsiva, pensé en detener de alguna manera aquella escena que, a mi juicio, era pura violencia intrafamiliar. Así que, sin dudarlo, toqué con unos golpecitos la bocina para llamar la atención del agresor. Cuando éste bajó la ventanilla, yo le hice un gesto con la mano para que se tranquilizara
El tipo, que me pareció un orangután, me vio con tal odio que mi nena casi empezó a llorar (después supe que ella sí vio desde ese momento la pistola del malparido). Unos instantes después descendió del auto al igual que otro hombre que viajaba en el asiento trasero (el tráfico estaba literalmente detenido por los benditos agentes de Emetra). Ambos se acercaron amenazantes al Chevito para mostrar semejantes escuadras, y luego cambiaron de lugar. El piloto se pasó al asiento de atrás y el que viajaba atrás se puso al volante.
Yo estaba petrificada pero con la sangre en ebullición. Mis hijas, al borde de un ataque de histeria. Les dije que se calmaran que ya estaba. Había metido las patas pero no nos podían hacer nada porque en esas condiciones era imposible huir, tanto para nosotras como para ellos.
El interminable río de vehículos empezó a avanzar lenta y dolorosamente hacia la desembocadura de la Roosevelt. El auto de los orangutanes no avanzó. Esperó a que adelantara el súper Chevy y se colocó justo detrás de nosotras. Supongo que para poder tomarnos el número de placa.
Como no puedo evitar ver por el retrovisor, un escalofrío recorrió mi cuerpo al percatarme de que la supuesta esposa maltratada era más bien una mujer secuestrada que no podía defenderse porque iba atada.
La impotencia, la indignación, la pena y la rabia se licuaron en mi sangre. ¿Qué podía hacer? Las niñas iban casi llorando. Quise llamar a la Policía por el celular, pero ¿y si eran policías? ¿quién confía en los cuerpos de seguridad guatemaltecos en estos días? Los tipos enfilaron con su víctima hacia la calzada San Juan y nosotras tomamos la Roosevelt rumbo al occidente.
Al llegar a casa sólo pude llamar a la Procuraduría de Derechos Humanos. Hablé con alguien de confianza y le di los datos del auto, incluida la placa. Nunca supe qué pasó.
Mis hijas me hicieron prometer que no volvería a meterme donde no me incumbe, pero ¿seré capaz de mantener la promesa?
No quiero ser indiferente, me rehuso a pensar que voy a convertirme en un individuo más que no se inmuta ante las injusticias, ante el sufrimiento ajeno. Yo simplemente no puedo ver que una persona golpee a otra. Pero después de esto ¿volvería a cometer la misma imprudencia sabiendo que eso puede traernos consecuencias nefastas?

martes, 19 de agosto de 2008

Una breve historia
(a la memoria de Guillermo Arroyave)


La historia de hoy no es ni divertida, ni cursi. Es, más bien, una de esas historias sumamente breves pero especiales que le toca vivir a uno en este mundo que, como diría mi amiga Paty Moreno: "es un pañuelo.
Esta mañana leí la esquela de Guillermo Arroyave, un científico guatemalteco que, entre otros aportes, fortificó el azúcar con vitamina A, lo que ha ayudado a combatir la ceguera en el mundo mundial, como dice Nacho.
Guillermo Arroyave no era mi pariente. De serlo quizá fuera en un lejanísimo grado de consanguinidad. Pero mucha gente pensaba que él era mi papá.
Curiosamente él también tuvo una hija a la que bautizó como Nancy, sí, Nancy Arroyave, mi tocaya, mi homónima.
Así las cosas, estando yo dentro de este maravilloso mundo del periodismo, se llegó el día en que lo pude conocer personalmente. Trabajaba yo en la desaparecida Revista Crónica y me correspondió escribir la notita en la que lo nombrábamos "Hombre de la semana". Lo entrevisté en el Camino Real. Al verlo exclamé: "por fin conozco a mi papá el científico" y me presenté. A lo que él respondió, "por fin conozco a mi hija la periodista".
Fue un breve pero cálido encuentro. Siempre me sentí orgullosa de él, no por ser Arroyave sino por ser guatemalteco. Hacen falta más guatemaltecos de su talla. Descanse en paz.

lunes, 18 de agosto de 2008

Casi un asalto

Hola, esta historia no es mía sino del cumpleañero de hoy (¿o de ayer?) mi amigo Ángel Elías. Sí el mismo que parece Tasso, está en la radio, en el club de lectura del IGA y en cuana actividad cultural se presenta. Eso sin olvidar todas las actividades que organiza tanto en la capital como en Chimaltenango y no sé donde más. En fin, dejo con ustedes la historia de un casi asalto... por el casi, que hizo la diferencia.
Nancy
Casi un asalto
Hace algunos años sufrí un casi asalto. Y es que en eso de los asaltos, según me han contado, se es asaltado o no se es asaltado. Aunque puedo decir que yo sí sufrí un casi asalto. Como aquellos que dicen, casi me caigo.
Pues resulta, que vagando en unas de la calles de la zona 4 de la ciudad de Guatemala, sobre la pasarela de la 7 avenida y una tienda de conveniencia, andaba distraído con la vista que tiene la torre del Reformador y la avenida, que de alguna manera da una perspectiva muy característica de la ciudad y del centro cívico. Cuando de pronto un tipo se me pone enfrente y con algo que aparentaba ser un arma bajo el suéter me dice –Mano, caéte con lo que tenés –ambos estábamos solos en aquella pasarela.
Yo no tuve reacción inmediata. Al notarlo me dice –bueno mano, dame lo que traigás o te tiro de la pasarela –allí reaccioné que lo que sucedía iba más en serio de lo que me imaginaba. Al hacer un repaso a lo que me pedía y lo que llevaba me di cuenta que llevaba las de perder. Teniendo en cuenta no llevaba más allá de los pasajes de mi camioneta. Que por cierto no es mucho. ¿Objetos de valor? Un celular viejo, una mochilla con libros, un suéter y una botella con agua. ¿Es que se puede tener menos para ofrecer y no salir sopapeado por pobre? Es que a estas alturas, uno: o me dejaba ir por lástima (cosa poco probable) o me pegaba por mi pobreza.
Al verme envuelto en tan incomoda posición opté por lo lógico. Negociarlo. Sí, tratar de hablar y negociar el asalto.
-Compa –le dije –fijate que yo no traigo varos.
Le extendí la mano y continué, -mirá maestro, la cosa está jodida, y no traigo nada para vos, pero ya sabes –cruzándole mi brazo sobre su hombro, -si tuviera unos lenes te los daba, pero… ta’jodido vos, -entonces el sacó su mano del suéter y vi que no tenía en las manos, ni arma, ni nada.
Me relajé y sin perder el paso, acompañado de él, bajé presuroso las gradas de la pasarela, soltándolo con una palmadita en la espalda a la mitad de aquellas gradas.
El asaltante se quedó pensativo sobre lo que había pasado y así logre salir del casi asalto. Probablemente aquel asaltante, era principiante por ello no me bajó las pocas cosas que llevaba, pero tampoco me quiten merito, yo no tampoco negocio con asaltantes todos los días.

Ángel Elías

domingo, 17 de agosto de 2008

Ese maldito pegue
(Despistada I)

Hace como cuatrocientos años, cuando yo era joven, feliz e indocumentada, me reí mucho de algo ridículo que le pasó a mi hermana mayor cuando empezaba en la edad de la coquetería. Un día subió a la camioneta y vio cómo hombres e incluso mujeres le veían las piernas. Wow, pensó ella con el ego súper inflado, qué pegue, que buenas piernas tengo. Se sentó y al cruzarlas para lucirlas mejor se dio cuenta del centro de atención: al parecer no era muy diestra con el uso de la maquinita de afeitar, así que lo que todo el mundo vio no eran sus bien torneadas piernas, sino la sangre que corría por la cortadura que no sintió.
Pensé que no podía haber nada peor que pudiera sucederle a una mujer... Bueno, sólo tuvieron que pasar como 399 años para que sucediera el evento, y esta vez conmigo como la primera actriz.
Fue a principios de este inolvidable 2008, una soleada mañana de enero. Fui a un centro comercial, hice algunos mandados y luego me dirigí a la oficina. Al salir del sótano en mi super Chevy el sol golpeó mis ojos y, sin soltar el timón busqué debajo de mi bolsa (que pesa como diez libras) mis lentes oscuros. Me los puse y sentí algo raro, no podía ver bien, pero no supe qué era. Estaba más preocupada de salir del centro comercial y tomar la calle, tarea difícil pues en este país es difícil que te cedan el paso. Nadie me daba el paso, pero todos los conductores me veían. ¿Serán las feromonas? ¿El maldito pegue?
Ah, por fin un gentil caballero me dio el paso sin quitarme los ojos de encima. Yo me sentía la reina del volante, a mi edad y todavía los hombres me voltean a ver detenidamente. El gusto me duró poco. Media cuadra hasta que llegué al semáforo, donde intentaba explicarme por qué no veía bien. Sentí que el aro del lente me pellizcaba la mejilla y cuando me quité las gafas comprendí el motivo de las miradas. El peso de mi bolsa había quebrado uno de los lentes, así que con un ojo veía claro y con el otro oscuro. Ah, no más comentarios, todavía me da mucha risa imaginar lo que pensaba la gente cuando me veía saliendo con mi carrito con un lente sí y otro no. En fin...

miércoles, 13 de agosto de 2008

Santas apariciones
¿Sos de esta o de la otra?

A veces creo que escribo solo para mí, pues salvo una excepción, nadie se ha sentido invitado a contarme una historia. Hasta he llegado a pensar ¿por qué me pasan las cosas que he contado aquí? ¿Será que los demás son más normalitos? Pero creo que no. Todos vivimos situaciones cómicas y muchas de éstas son similares a las que le han sucedido a otras personas.Hace un par de años, María del Rosario Molina escribió en su columna Horrores idiomáticos y algo más..., (sección Cultura de Prensa Libre) una historia de su abuela que tituló "De santos y aparecidos" y que se publicó el Día de los Santos.
Esta historia es muy similar a una situación que viví con mi mamá.Resulta que en la casa de mis padres a veces pasan cosas extrañas. Hace muchos años, cuando yo era soltera y quizás tenía unos 22 añitos, una de esas noches en las que, para variar, tenía mucho miedo, decidí trasladarme a la sala pues allí me sentía más segura. Se me ocurrió colocar el sillón pegado a la puerta de entrada y allí me dispuse a dormir.Mi madre, que siempre se despierta con cualquier ruidito, se levantó de su cama y sigilosamente salió de su cuarto rumbo a la sala.Como es muy morenita, yo no la vi venir. Sólo observé el camisón y me pareció que venía flotando hacia mí.Ella, ignorante de que yo había cambiado los muebles de la sala, se acercó lentamente a la puerta de la sala para ver hacia la calle por la ventanita.Al ver venir aquella aparición: una figura blanca que parecía flotar hacia mí, hice mi mayor esfuerzo por vencer el miedo que me tenía petrificada, y estiré mi mano para tocar al fantasma. Quería saber cómo era.Al hacer contacto con mi mamá, ésta, que no se esperaba algo semejante, pegó un grito y el mío se le sumó en un dúo de aullidos que despertó a mi papá (y yo creo que al vecindario entero). El pobre, medio dormido, no entendía nada. Nosotras, al encender la luz, entendimos todo en el momento, y nuestro grito cambió por carcajadas. Nos dio tal ataque de risa que terminamos llorando. Y mi papá, ajeno a todo aquel lío, terminó enojado con nosotras que, de tanto reír, no pudimos explicarle nada

¿Sos o te hacés?

No sé ustedes, pero yo soy de esa especie de personas (espero no muy común, para el bien de la humanidad) que por ingenuidad en unos casos (para ser piadosa conmigo misma), o por problemas de conducta… digámoslo así, a veces tienen actitudes que confunden a los demás y que dan origen a anécdotas que cualquiera preferiría no protagonizar jamás. Al final, termino riéndome de mis propias ridiculeces, así que, para muestra, dos botones.
¡Doctor, tengo una ladilla!
No sé por qué pasé de noche y nunca me enteré en realidad de qué se trataban y cómo eran las ladillas, exactamente. En mi “lóbrega y yerta fantasía” siempre pensé (estaba segura, no es broma) que se trataba de gusanitos que se metían por la piel de cualquier parte del cuerpo. Nunca me preocupé por saber dónde se adquirían ni qué daños podrían provocar. Yo simplemente pensé que eran gusanitos milimétricos que se metían en la piel.
Un día (hace cuatro o cinco años), al volver de un paseo por Monterrico, noté que tenía algo entre la piel del dedo índice. Asustada, pensé que se trataba de una ladilla. Era tal y como me la había imaginado. Así que me fui a la clínica médica de la oficina y le enseñé mi dedo al doctor. Con toda la seriedad del caso le dije: “Ay doctor, yo creo que se trata de una ladilla”. En ese momento, no sé qué cara puso el doc, pero debe haber hecho un esfuerzo sobrehumano para contener la risa. Tomó la pinza, me sacó la astilla con cuidado y me dijo, “andate tranquila, es una astilla, no se trataba de una ladilla”. Recuerdo que cuando le conté a mi amigo Aníbal no lo podía creer. Me preguntó ¿sos o te hacés? Me explicó lo básico de las ladillas, todavía incrédulo ante mi versión sobre las mismas.
Incultura alcohólica
Nadie me cree cuando digo que no tomo. No bebo licor porque con cantidades mínimas (hablo de una copita de lo que sea, o menos) me da risa y bueno, no sigo con la descripción. El caso es que nadie me cree. Un día mi mamá llegó a molestarse conmigo cuando le rechacé un vinito. ¿Por qué con tus amigos sí tomás y con tu familia no? me preguntó indignada y sin creerme cuando le dije que no bebo licor, sólo gaseosas o jugo.
Hace poco, en la fiesta de cumpleaños de un amigo muy querido, su joven pareja me preguntó: “Te sirvo otro tequila?” Yo le dije “no gracias, no bebo licor”. Ante mi respuesta, volvió a preguntar “¿entonces no estás tomada?”… Y yo, que casi me morí con el comentario, le dije “no” (buaaaaaaaaaaaaaaaa). Para no hacerme sentir tan mal, me hizo un nuevo comentario (la guinda del pastel): “No importa, así te queremos”. (¡Plop!)

martes, 12 de agosto de 2008

¿Estrellados o con estrella?

Hay quienes dicen que unos nacen con estrella y otros estrellados. Aunque no soy fatalista, a veces pienso que, de ubicarme en una de estas categorías, de plano me toca la segunda. Ya sé, ya sé, la vida no ha sido mala conmigo. A mi edad pienso que soy una mujer feliz, inmensamente feliz. Tengo lo que quiero y quiero cuanto tengo. Pero a veces me ha dado la impresión de que hay gente con más suerte que yo… gente, digamos, con estrella. Ese es el caso de un compañero de la U quien era muy buena gente, y, honestamente, más astuto que inteligente. He allí la diferencia. Resulta que cuando cerramos la carrera de periodismo, como éramos “meros pilas”, fuimos los primeros en solicitar el examen de graduación. Yo confiaba mucho en mi capacidad de escribir, pero no me gustaban los exámenes orales. En el escrito, me fue muy bien, en el oral… Ah, en el oral, no tanto. Una de las examinadoras me vio entrar a la dirección a preguntar si ya estaba todo listo. Se me acercó y preguntó “¿Así que usted es la famosa Nancy Arroyave? Vamos a ver si le hace honor a la fama que tiene. Conmigo no es fácil ganar… dicen que soy venenosaaaaaa”. Bueno, gané porque de plano no podía perder, pero mi nota no fue la que hubiera querido (por mayoría, y no por unanimidad). Acepto, me afectó demasiado aquella tarjeta de presentación con cascabel y todo. Mi amigo, en cambio, confiaba mucho en su capacidad verbal. Acostumbrado a dominar grandes públicos, el examen oral era pan comido. “En el escrito, no estoy tan seguro, -me dijo. Hay un tema en el que estoy un poco flojo y no creo llenar las cuartillas necesarias que piden como mínimo. Ojalá no me vaya a tocar ese tema. … ¡Ya sé! Si me toca, voy a hacer un guión radiofónico, así puedo meter música y hacer otras especificaciones para ganar espacio”. Y bueno, a la hora de que le asignaran por sorteo el tema del examen escrito ¿qué creen? Pues le tocó ese, justo ese tema en el que no estaba tan bien preparado. Y justo hizo lo que dijo: un guión para radio. Resultado: ganó por unanimidad y con una felicitación por escrito en su acta de examen por haber sido tan creativo y haber redactado un guión para radio por primera vez en la historia de los exámenes escritos para la carrera técnica de periodismo. Eso es tener estrella, ser creativo, aprovechar la adversidad y sacar provecho de ella. Cuando me enfrento a situaciones difíciles, me acuerdo de él y de su salida olímpica (medallista y todo, valga la coyuntura). Pienso que debe haber otra salida, que hay forma de salir airosa. A veces, aparece mi estrellita (todo se parece a su dueño), pero otras, termino estrellada.

lunes, 11 de agosto de 2008

El celular, o la vida

En esta ciudad, como en muchísimas partes del mundo, hay cientos de asaltos diarios. Los maleantes ya ni siquiera esperan la complicidad de la noche, sino que a plena luz del día y con gran desfachatez asaltan, hurtan y roban a la ciudadanía. En medio de tan deleznables situaciones, cuando el asunto no pasa por lamentables consecuencias como la pérdida de la vida de la víctima o lesiones a su integridad física, muchas veces hay algo de cómico y ridículo en el infeliz suceso y son estas experiencias las que me gustaría recoger acá. Por ejemplo, supe de un retiro espiritual en el que participaban adultos. Cuando se preparaban para una de las famosas dinámicas, dos personas ingresaron en el salón con una bolsa de las que se usa para la basura, y les pidieron que depositaran en ella los celulares. Pensando que se trataba de una actividad de los organizadores, para evitar que las llamadas los distrajeran, todos obedecieron. Bastaron sólo unos minutos para enterarse que les habían robado. A mí me asaltó un ladroncillo en una esquina, al dar rojo un semáforo. Como yo iba (para variar) distraída y con la ventanilla abierta, no vi a qué hora puso el verduguillo frente a mi nariz. "El celular, o la mato", me dijo el ladrón. Como me tomó por sorpresa, en ese momento no me asusté sino que pensé que mi hija se había llevado el celular. Así que le dije, con toda solvencia, "no lo tengo, se lo llevó mi hija". El hombrecillo, que no llegaba a los 30 años, me vio confundido y me dijo: "Aquéllo ¿qué es?" Tomé aquello y le dije: "un gancho de pelo". "¿Y aquello?'", volvió a preguntar. "Un juguete de mi hija pequeña", respondí. Cuando el semáforo dio verde, ambos nos quedamos sin sabér qué decir. Antes de que él tomara la iniciativa, decidí sonreírle y decirle adios con la mano. Pasado el semáforo, en lugar de enojo, me dio risa, y luego ésta se convirtió en carcajada cuando los demás conductores me rebasaban y volteaban a ver. Creo que se dieron cuenta del asalto... lo que no saben es que el hombre no pudo robarme nada. Pobrecillo, no debe haber tenido mucha experiencia. Al parecer siempre robaba en la misma esquina. Días más tarde me enteré que lo habían matado. Seguramente lo hizo alguien a quien sí pudo quitarle su celular, aunque esto le valió a él mismo la vida.