lunes, 11 de agosto de 2008

El celular, o la vida

En esta ciudad, como en muchísimas partes del mundo, hay cientos de asaltos diarios. Los maleantes ya ni siquiera esperan la complicidad de la noche, sino que a plena luz del día y con gran desfachatez asaltan, hurtan y roban a la ciudadanía. En medio de tan deleznables situaciones, cuando el asunto no pasa por lamentables consecuencias como la pérdida de la vida de la víctima o lesiones a su integridad física, muchas veces hay algo de cómico y ridículo en el infeliz suceso y son estas experiencias las que me gustaría recoger acá. Por ejemplo, supe de un retiro espiritual en el que participaban adultos. Cuando se preparaban para una de las famosas dinámicas, dos personas ingresaron en el salón con una bolsa de las que se usa para la basura, y les pidieron que depositaran en ella los celulares. Pensando que se trataba de una actividad de los organizadores, para evitar que las llamadas los distrajeran, todos obedecieron. Bastaron sólo unos minutos para enterarse que les habían robado. A mí me asaltó un ladroncillo en una esquina, al dar rojo un semáforo. Como yo iba (para variar) distraída y con la ventanilla abierta, no vi a qué hora puso el verduguillo frente a mi nariz. "El celular, o la mato", me dijo el ladrón. Como me tomó por sorpresa, en ese momento no me asusté sino que pensé que mi hija se había llevado el celular. Así que le dije, con toda solvencia, "no lo tengo, se lo llevó mi hija". El hombrecillo, que no llegaba a los 30 años, me vio confundido y me dijo: "Aquéllo ¿qué es?" Tomé aquello y le dije: "un gancho de pelo". "¿Y aquello?'", volvió a preguntar. "Un juguete de mi hija pequeña", respondí. Cuando el semáforo dio verde, ambos nos quedamos sin sabér qué decir. Antes de que él tomara la iniciativa, decidí sonreírle y decirle adios con la mano. Pasado el semáforo, en lugar de enojo, me dio risa, y luego ésta se convirtió en carcajada cuando los demás conductores me rebasaban y volteaban a ver. Creo que se dieron cuenta del asalto... lo que no saben es que el hombre no pudo robarme nada. Pobrecillo, no debe haber tenido mucha experiencia. Al parecer siempre robaba en la misma esquina. Días más tarde me enteré que lo habían matado. Seguramente lo hizo alguien a quien sí pudo quitarle su celular, aunque esto le valió a él mismo la vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una amiga de mi mamá, que ya es una mujer de la tercera edad, esperaba en su carro a otra persona cuando le golpearon el vidrio con una pistola para robarle el carro. La mujer se asustó tanto y en medio de su miedo se dejó caer sobre el timón fingiendo un desmayo. Alcanzó a escuchar el susto de los tipos que la creyeron muerta debido a su edad. No sabe cuánto tiempo pasó así porque le daba miedo levantar la cabeza por si los ladrones estaban todavía por allí.