viernes, 28 de noviembre de 2008

La extraña pasajera

Hoy viernes, casi no me da tiempo de prepararles mi historia de cosas insólitas. Esta vez les contaré algo que me ocurrió y que si bien no es de espantos y aparecidos, verán cómo un tétrico escenario hizo que yo viviera una espeluznante aventura.
Yo vivo cerca del fin del mundo y antes de llegar a mi colonia debo atravesar una lotificación más o menos habitada, pero donde aún hay algunos árboles y sitios baldíos que por la noche le dan un aspecto tenebroso al camino.
Como gallína que come huevos, aunque le quemen el pico... pues nunca se me quita la bendita maña de darle jalón a los desconocidos pues, si van para adentro, seguro van a la colonia. No hay otro lugar a donde ir.
Eso sí, a "disoras", es decir a altas horas de la noche, no le paro a nadie... al menos esa era mi ley.
Pues bien, a veces por mi trabajo llego muy tarde a la casa. Una noche, como a las once, iba entrando por el camino siniestro cuando de pronto una anciana que parecía salida de una película de terror me hizo el alto. Era una mujer realmente desagradable, fea, contrahecha.
Detuve el súper Chevy con mucho miedo y de pronto ya no vi a la mujer que estaba al lado derecho del camino. No sé por dónde se cruzó la calle pero, cuando sentí, la tenía golpeándome la ventanilla izquierda, es decir la del lado de mi portezuela.
Yo no puedo ser tan pura lata y no podía dejarla allí casi a media noche. Así que por dentro pensaba "Que suerte que traigo la computadora y un montón de chunches en el asiento del copiloto", así que le abrí la portezuela detrás de mí.
La mujer entró al súper Chevy y de inmediato tomó con sus dos manos el respaldo de mi sillón halándome el pelo. Yo no dije nada, arranqué y aceleré lo más que pude en ese camino de terracería, lleno de hoyos, piedras y demás zancadillas rurales.
Yo iba aterrada, por más que aceleraba el camino parecía alargarse. Me parecía que faltaba una eternidad para llegar.
Intenté provocar una conversación pero la señora contestaba con monosílabos casi guturales que hacían que me crispara aún más. Finalmente vislumbré el foco enceguecedor de la garita de mi colonia y me sentí feliz de llegar. Ni siquiera le pregunté a dónde iba para encaminarla aún más. La colonia es pequeña, pensé. La dejé en la entrada y me despedí lo más amable que pude intentando disimular el terror que me había poseído completamente.
Llegué a mi casita sana y salva y el incidente no pasó de ser una anécdota más en mi peliculesca vida hasta que...
Un día que le di jalón a otra vecina, de día por supuesto, me contó una historia increíble.
-Fíjese que a don Fulanito, el de la cuadra X, casa Z, le pasó una cosa bien fea. Una noche se le descompuso el pickup al nada más entrar al camino de terracería. Él ya sabía que se le iba a detener la carcacha porque es mecánico y sólo esperaba que no se le quedara muy lejos de la colonia. Era muy tarde, así que cerró bien las ventanillas y las puertas y se dispuso a caminar hasta la casa (es como 1 kim). De pronto, no supo de dónde, le apareció una vieja bien fea que le pidió jalón. Él se asustó y dio gracias a dios por que el carro se le descompusiera, así no se llevaba a la mujer que parecía bruja, según dijo.
-No puedo llevarla, señora, se me descompuso el carro. Le dijo.
-Arránquelo, pruebe y va a ver, le respondió la mujer
-Yo soy mecánico, señora, y ya sabía que se me iba a quedar, lo bueno es que aquí no le pasa nada.
-Arránquelo, insistió la mujer, casi como una orden.
El hombre subió al carro dispuesto a demostrarle a aquel extraño personaje que el carro no arrancaría. Pero al nada más dar la vuelta a la llave, el motor arrancó. Y no tuvo más remedio que llevarse a la vieja a la colonia. Dice que sintió súper largo el camino. Que metía el acelerador, pero parecía que iba en cámara lenta. Finalmente llegaron y, ni corto ni perezoso, la dejó en la garita y siguió su camino.
Yo no sé, ustedes, pero desde que la vecina me contó esa historia, no puedo contar mi experiencia sin rematarla con esta otra, tan extraña y parecida.

jueves, 27 de noviembre de 2008

El arte de saber dar instrucciones (II)


¿Recuerdan a la famosa "Licha"? Quienes no leyeron, era una chica que trabajaba en mi casa desde antes de que yo naciera. Y es famosa en mi familia porque tenía muchas puntadas divertidas, como el día que pidió en la tienda papel para difunto, cuando mi mamá le había pedido papel parafinado.

En fin, la historia que compartió Mar en el post Despistado II me hizo recordar esta otra de la Licha, cuando un día mi mamá tuvo que salir inesperadamente de la casa y, como estaba preparando el almuerzo, sólo tuvo tiempo de decirle a la Licha:

-Ahorita vengo, te encargo que mirés las acelgas (que estaban en el fuego).

Cuando mi mamá volvió, aproximadamente una hora después, encontró la casa llena de humo.

-¡Licha, por dios! ¿Qué pasó aquí? ¡Dejaste quemar las acelgas...! ¿Qué te dije antes de irme?

- Que viera las acelgas.

¡Plop!



martes, 25 de noviembre de 2008

El olor de la guayaba


Mi hermana que vive en Pana vino a Guate el fin de semana y trajo deliciosas guayabas cuyo olor siempre me hace recordar una de mis historias más queridas.
Se equivocan si piensan que voy a comentar alguna entrevista con García Márquez o una anécdota en el Guacamolón, alias el Palacio Nacional (hoy) de la Cultura. Lo que voy a contarles ahora es esa historia cuando por primera vez sentí maripositas en el estómago y antes de dormir suspiraba con un nombre secreto atrapado entre los labios. Si, la de my first love.
Tenía yo casi 13 añitos cuando entré a primero básico y por primera vez debía llevar un curso de mecanografía, pero éste era vespertino. Así que después de clases me iba con mis hermanas a almorzar a la casa (zona 11) pero luego debía regresar con mi papá al centro (zona 1). Como mi papá debía ir a trabajar, no podía esperar a que abrieran la academia del instituto. Así que me llevaba donde una compañera que vivía cerca. Luego salíamos las dos rumbo al instituto y de regreso debía pasar el resto de la tarde en la casa de mi amiga, hasta que mi papá me llegara a recoger.
Pues bien, el primer día yo toqué la puerta. Cuando ésta se abrió, sentí como si una corriente eléctrica me hubiera atravesado el cuerpo. Un chico lindísimo abrió. Tenía más o menos mi edad ojitos color miel y unas pecas que acentuaban sus rasgos angelicales.
Pregunté por Lily* y enseguida la llamó, luego desapareció dejándome una sensación extraña, con deseos de volverlo a ver y de saber más sobre él.
Esa misma tarde hubo sesión de padres de familia, entonces no tuve que esperar a mi papá en casa de Lily, sino en el instituto, donde estaría mi mamá. Pues bien, al terminar la sesión, Ana*, la hermana mayor de Lily (y quien llegó en representación de su mamá) se me dejó ir directo a la yugular para clavarme un comentario insólito:
- Le gustaste a mi hermano J.A**.
Yo sentí que me había dado fiebre, pero sólo en las mejillas. No dije nada, me escondí, sentía cierta vergüenza, pero a la vez cierta felicidad: "le gustaste a mi hermano J.A", el solo recuerdo de la frase hacía que mi corazón bombeara con más fuerza. Ah, pensaba para mí, así que fue mutuo el flechazo. Ahora, además, tenía conmigo el nombre que tanto quería saber y no tuve que preguntarlo...
Poco a poco me fui familiarizando con aquella casa llena de hermanos y hermanas. Lily y yo jugábamos casi toda la tarde y aunque a ella le molestaba que su hermano J.A. (que era un año mayor que nosotras) se nos uniera, pronto él encontró el pretexto para que los tres pudiéramos coincidir. Era la época de las guayabas y ellos tenían un árbol que daba muchas. Así que él las cortaba y los tres comíamos aquellos deliciosos frutos sentados en la terraza de su casa.
Aquellas fueron unas hermosas tardes que recuerdo con alegría. Lily resongaba porque J.A le dejaba las guayabas más verdes y feas y me daba las mejores a mí. Él le decía que así debía ser porque yo era la invitada.
Creo que nunca comí guayabas más dulces en mi vida. Los meses pasaron y la amistad creció. Con ella también el aleteo de las mariposas en mi estómago cada vez que lo veía. Nunca me dijo nada ni yo a él. El tiempo de las guayabas terminó, pero ahora se hacía más fácil encontrar otros pretextos para estar juntos los tres. Lily no estaba del todo contenta con la presencia de su hermano, pero ignoraba que J.A y yo no estábamos contentos con su presencia.
Un día, para el cumpleaños de alguna de mis hermanas nvitamos a Lily, J.A. y a otras de sus hermanas que eran compañeras de mis hermanas. Mi papá los llegó a traer a su casa y pasamos muy contentos aquella fiestecita familiar. Por la noche, cuando los fue a dejar a su casa, yo me apunté para acompañar a mi papá y a mi hermana mayor. Hubo una charla fuera de la casa y luego llegó la despedida. Resulta que aquella noche los hermanos mayores estaban allí también y se despidieron de nosotras con un besito en la mejilla. Fue el momento que J.A. aprovechó para acercar sus labios a mis mejillas y despedirse con un besito. El más hermoso beso que me haya dado un hombre. ¿Pueden creer que cerré los ojos para sentirlo mejor?
Se imaginan, aquella noche no dormí, no me lavé la cara, no dejé de repetir su nombre para mí.
El tiempo pasó, seguí llegando a aquella casa hasta que terminó el año escolar. Nunca me dijo nada ni yo a él. Luego, vinieron las vacaciones y, como dice la melodía, el tiempo todo lo borra (bueno, casi todo). Dejé de frecuentar aquella casa, seguimos siendo amigos. No sé cuándo dejé de sentir las maripositas revolotear dentro de mi estómago, ni a partir de cuándo se me olvidó decir su nombre antes de dormir.
Pero cada vez que recuerdo aquellos días pienso que fue una experiencia maravillosa. Sentir ese amor tan inocente y puro que se contentaba nada más con estar cerca, con recibir las mejores guayabas, es de lo mejor que me ha pasado en la vida. Por eso para mí será siempre muy especial ese olor, el olor de la guayaba.
___
*Nombre ficticio
**Siglas reales

domingo, 23 de noviembre de 2008

Despistado II


Quienes no sepan quién es Carlos Rodrigo deben saber que ahora ni yo lo sé, pero hace muchos años, cuando yo era niña, él era un niño muy despistado.

Su mamá, Sara*, y mi mamá eran muy amigas. Siempre tenían mucho de qué hablar. El despistado de Carlos Rodrigo, que a veces se asomaba a media plática, tenía un pulso para escuchar sólo una parte del mensaje y, a partir de allí, protagonizaba situaciones muy divertidas.

Pues bien, un día Sara le contaba no sé qué a mi mamá, lo cierto es que en determinado momento comentó

- ...Aguantá, esa vieja tal por cual ¿qué se cree? si a mí se me da la regalada gana yo tomo lo que se me antoje. Y si se me antoja le puedo decir al Carlos Rodrigo "mijo andá a traerme un par de cervezas a la tienda", y que u y que a, y que más acá, bla bla, bla...

La charla siguió y, a los pocos minutos, se interrumpe el cotorreo, entra el chico al comedor con dos envases de cerveza en las manos:

-Mama, ¿me vas a dar dinero o le digo a la de la tienda que me de fiadas las cevezas?

¡Plop!
______
*Sara es un nombre ficticio, para que no ubiquen a madre e hijo, por aquello de las casualidades en internet

viernes, 21 de noviembre de 2008

Encuentro con la Siguanaba

Hoy es viernes de historias de aparecidos y de temas paranormales, jajajaja, ñaca ñaca. Así que los dejo con otra historia de Alexxx, un invitado de honor de este blog. Que la disfruten.

Nancy


Esta historia me la contó mi papá, que a su vez se la contó su papá. Pues hace muchos años cuando mi abuelo era joven el vivía solo por las áreas de la zona 21, en ese entonces todo por ahi eran terrenos vacíos, llenos de monte, no había urbanización, era poca, (no como ahora que ya no quedan áreas verdes).

Por la colonia Justo Rufino Barrios hay un barranco, y al fondo de este pasa un río, y al otro lado está Boca del Monte.Pues mi abuelo con su caballo galopaba en esos rumbos, se cruzaba el río y se dirigía a Boca del Monte de vez en cuando; esto lo hacía para ir a ver a mi futura abuela, mas bien como decían ellos se la iba a "cantinear".
Mi abuelo siempre fue platicador, se iba temprano a ver a mi abuela, tanto platicaba con ella como con sus suegros. Me cuenta mi papá que a veces se iban los dos (mi abuelo y mi bisabuelo) adentrándose en los terrenos de aquella época a platicar, y regresaban tarde. A todo esto mi abuelo regresaba a su casa ya muy tarde, muchas veces como a media noche. No me puedo imaginar cómo mi abuelo andaba por esas zonas a esas horas, no había alumbrado eléctrico, era solo él y su caballo (si que los tenía muy puestos).Un día cuando regresaba, le tocaba pasar por un río como lo hacía siempre, pero de repente el caballo se empezó a inquietar, se puso nervioso, y fue cuando en el camino más adelante, se encontraba una mujer. Cuenta mi abuelo que era muy parecida a mi abuela. La mujer daba carcajadas, carcajadas muy reciamente, entonces el caballo empezó a relinchar y salió disparado de ahi, y él agarrado bien del caballo para no caerse, y a lo lejos dice que todavía se podian escuchar las carcajadas.

Fue un gran susto. Más adelante cuando ya el caballo se tranquilizó paró a fumarse un puro, porque según decía y decían las personas de antes que eso daba un poco de valor.Pues fue un susto que pasó mi abuelo con "la Siguanaba" porque ella era. Dicen que la Siguanaba toma la forma de la mujer amada. Pero eso no fue ningun impedimento para seguir visitando a mi abuela!


Alexxx

alexxx007.blogspot.com/

jueves, 20 de noviembre de 2008

Ciega por un minuto

La historia que les contaré hoy le ocurrió a Sofía, una compañera de trabajo hace como 15 años. Sin embargo, imagino que muchos de ustedes saben de otra similar pues me parece que le ha pasado a varias personas en distintas circunstancias.

Resulta que una noche llegó Sofía a su casa con los ojos cansados y rojos de tanta contaminación. Así que decidió ponerse unas gotas de colirio.

En el momento justo en que se colocó las gotas y cerró los ojos para esperar el efecto sanador, se fue la luz. Ella no se dio cuenta y al abrirlos, oh sorpresa, estaba todo negro. Así que se puso a gritar descontroladamente:

-¡Estoy ciega! ¡Me quedé ciega! ¡Me quedé ciega!

Por su mente, jamás se cruzó la idea de que se había ido la luz. En cambio, imaginó que las gotas estaban vencidas o que se había equivocado de medicina. Sus temores y su ceguera se desvanecieron unos minutos después, cuando volvió la luz.

Les decía que me parece que es una situación común pues, hace unos meses, un connotado médico y músico me contó que algo similar le ocurrió a la empleada doméstica de su casa, sólo que a ella le cayó cebolla en los ojos y cuando los cerró por el ardor, justo en ese momento se fue la luz.

El drama que aquella mujer armó en la cocina fue similar al de Sofía hace años.


martes, 18 de noviembre de 2008

Despistado (I)


Si bien es cierto que yo he sido particularmente despistada, también lo es el hecho de que haya conocido a lo largo de mi vida otros más despistados que yo. Uno de ellos es Carlos Rodrigo, hijo de una gran amiga de mi mamá.

No sé ahora, pero cuando Carlos Rodrígo era un muchacho que no había entrado a la adolescencia, era sumamente despistado. En la familia solemos comentar allá cada cien años aquellas historias de las que fuimos testigos.

Una de estas tuvo lugar una tarde que mi mamá estaba de visita donde su amiga. Cuando terminaron de almorzar, decidieron ir a tomar el cafecito a la sala. Al levantarse de la mesa la mamá le dijo:

-Carlos Rodrigo, mijo, ai te recogés la mesa. Y se fue con el café a la sala.

Cuando se acababan de acomodar las dos mujeres en el sofá y se disponían a continuar la sobremesa, apareció Carlos Rodrigo en la sala cargando la mesa

- ¿Dónde la pongo, mama?

domingo, 16 de noviembre de 2008

Teoría de la relatividad



En esta vida todo es relativo. Incluso el tiempo que algunos nos empeñamos en medir con relojes para otros la cosa es distinta...
Hace muchos años, mi papá y unos amigos decidieron escalar el volcán Santa María, en Xela. Sabían que al llegar a los pajonales estaban cerca de la cumbre pero el frío y el cansancio les hacía desear estar allí.

Cuando estaban ya cerca de los pajonales venía bajando un indígena del lugar al que le preguntaron
- Señor ¿sabe cuánto falta para que lleguemos a la cima?

Aquel hombre vio hacia la cumbre y luego miró al cielo. Entonces respondió

-Ah, como una hora...
y, luego de pensarlo un poco más, agregó
-como una hora, pero bien laaaaaaaaaarga ustedes.
Y así fue. A mi papá y sus amigos les tomó mucho más de una hora y media llegar a la cima. Es decir, no una hora de 60 minutos, sino que una hora pero bien laaaaaaarga.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Una noche de luna llena...




Una de las historias más sorprendentes que he escuchado sobre espantos y aparecidos es esta que comparto con ustedes hoy. Me la ha contado mi papá varias veces tal y como la escuchó cuando era niño directamente del hombre que protagonizó esta experiencia sobrenatural: don Sigifrido Girón.

Cuando mi papá lo conoció en Chichicastenango, don Sigifrido era un hombre acaudalado que usaba un bigote abundante y enrollado con el que pretendía disimular la marca dejada muchos años atrás por algún arma blanca. Mi papá es de Xela, pero vivió algunos años de su infancia en aquel municipio de Quiché pues mi abuelito fue alcalde del mismo.

Pero bueno, no los entretengo más y los dejo con la increíble historia de don Sigifrido.

Hace muchísimos años, quízá a principios del siglo XX, una noche de luna llena llegó a Chichicastenango un jinete acompañado de su perro.

Como al parecer no conocía el pueblo, se dirigió a la estación de la Policía para preguntar dónde podía encontrar hospedaje esa noche. Los agentes le indicaron que ya no encontraría ningúna posada. Pero que fuera a la casa de doña Concha Rodas vda. de Gil, quien quizá accedería a que pernoctara en una casa abandonada de su propiedad.

Así lo hizo don Sigifrido y, luego de hablar con doña Concha, se encaminó a aquella casa deshabitada. La mujer le había entregado una enorme llave para que pudiera entrar.

Se alojó en una habitación vacía. Colocó la silla de su caballo a un lado y dejó que su fiel perro durmiera cerca de él.

A la media noche, algo despertó a don Sigifrido. La puerta de la habitación se abrió lentamente y dejó entrar la luz de la luna. En la penumbra pudo ver perfectamente la sombra de un gigante que se dirigió hacia él y lo tomó de la mano.
Aquella fantasmagórica aparición condujo a don Sigifrido hasta las afueras del pueblo y al llegar a un claro solitario hizo una marca en forma de cruz sobre la tierra.

Al día siguiente, don Sigifrido despertó con dolor en la muñeca, justo donde lo había tomado el extraño personaje. Recordó todo y se preguntó si no habría sido un sueño. Para quitarse la duda, volvió a recorrer el trayecto de la noche anterior y, justo donde recordaba, estaba la marca que dejó el gigante.

Como se imaginarán, don Sigifrido se puso a cavar en el lugar señalado y ¿qué creen? encontró un gran tesoro que fue el origen de su inmensa fortuna.

Contaba don Sigifrido que nunca más volvió a tener contacto con aquel gigante. Pero en las noches de luna llena sentía la presión de una mano estrecharle la muñeca.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Mi primera vez... en el diván

Dejemos los asuntos fantasmales para mañana. Hoy daré un giro a mis historias y les contaré sobre la primera vez que tuve que acudir a los servicios profesionales de una psiquiatra. En realidad fue frustrante, pero algo de cómico subyace en el recuerdo de aquella deplorable experiencia.

Ya había ido hace como 10 años a una sesión con un psicólogo, pero como era mi amigo, creo que no pude sincerarme o no le permití llegar al fondo de mi compleja personalidad. Bueno, no me dio la solución ni la respuesta que buscaba, pero fue un alivio desahogarme, hablar un poquito con él.

Luego, hace como 6 o 7 años, empecé a sentirme muy deprimida. Lloraba sin motivo aparente, descuidé mi casa y mis cosas, etc. Estaba pasando por un mal momento emocional. Hablé con mi hermana que es médico y me recomendó a una psiquiatra "muy buena", según ella, que la había ayudado mucho a superar una situación similar.

No tenía la más mínima idea de cómo sería la reunión con un psiquiatra. Pero pensaba que como esta no me conocía podría haber mejores resultados que con mi amigo psicólogo. Quizás tenía demasiadas expectativas.

Llegué al consultorio como a las seis de la tarde. Unos minutos después apareció la doctora, joven y muy amable, y empezamos la sesión.

El lugar era extraño. Sin escritorios, ni secretarias, ni sala de espera. Era el consultorio y ya. No había diván, sino dos sillones, uno para ella y otro para mí (el dibujo en paint, pues, es una idealización). Una mesita cuidadosamente colocada a la par del sillón del paciente, con una conveniente caja de Kleenex (valga la propaganda) que debe resultar muy útil. Al menos a mí me resultó así.

No recuerdo bien cómo empecé a hablar y simultáneamente a llorar amargamente. Ella me hacía una que otra pregunta de vez en cuando, y yo hablaba y hablaba, lloraba y lloraba. Honestamente ya no recuerdo lo que le decía.

Lloré a mares, debo confesarlo. Estaba muy mal.

Luego, supongo que pasada la hora de consulta, hubo un silencio entre las dos. Ella se acomodó en el sillón antes de hablar. Yo esperaba sus palabras como una pequeña luz al final del túnel, algo de qué asirme para comprender que todo tenía solución... Y ¿qué creen?

Cuando abrió la boca fue sólo para preguntar:

- ¿Por qué usa usted palabras rebuscadas para hablar?

(Silencio, incómodo silencio)

Me quedé perpleja, no supe qué decir. Me tomó por sorpresa aquella pregunta fuera de lugar.

Quise justificarme (aunque no creía hablar de manera rebuscada)

- Bbbbbueno, a lo mejor como soy editora me trato de editar y corregir inconscientemente, a lo mejor trataba de ser clara... no lo sé.

En fin, no sé qué más me dijo, pero seguro nada de lo que yo esperaba. Me recetó unas pastillas que sí me sirvieron mucho, porque dejé de estar triste a los pocos días, así que ni me las terminé.

No hubo siguiente sesión. Me conformé con las pastillas. No quise regresar por otro comentario semejante.

En fin... Menos mal no volví a deprimirme hasta llegar a necesitar a un profesional. Ahora me da risa recordar aquella pregunta imprudente en el momento en el que yo esperaba algo más profesional de su parte.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

La sombra en el espejo (duendes traviesos III)


Creo que antes de escribir sobre los fenómenos que ocurren en mi casa, debería haber publicado otro post sobre las cosas raras que pasan en mi colonia, en general. Pero eso será para otro día.
El asunto es que animada por la historia de Alex decidí contar algo que me pasó hace algunos meses.
Fue un domingo por la noche. Me gusta acostarme temprano porque no es agradable levantarme cansada el lunes. Así que esa noche, mientras mi hija mayor veía televisión y la menor se bañaba, me dispuse a acostarme.
Arreglé mi camita y, mientras lo hacía, algo llamó mi atención. Justo frente a mi cama hay un espejo ovalado y en el reflejo del espejo vi pasar caminando lentamente la sombra de una pequeña mujer de cabello largo. La altura (¿o bajura?) de aquella figura humana era justo de la altura de mi cama.
Me quedé petrificada viéndola pasar. Era solo un reflejo, pero no había nada que proyectara esa sombra.
No quise comentarlo con mis hijas porque generalmente cuando ocurren cosas extrañas en la casa, les cuesta conciliar el sueño o pasan con temor.
Pocos días después, hablando no sé de qué, mi nena pequeña me hizo un comentario que me dejó pensativa:
-Fijate mami que no me gusta bañarme cuando estoy sola en la casa.
- ¿Y por qué? le pregunté
- Porque siento como si rondara la casa una sombra enana.

martes, 11 de noviembre de 2008

Duendes traviesos II

Damas y caballeros, tenemos un nuevo invitado: Alexxx quien comparte una historia insólita y que seguramente dará mucho de qué hablar.
Yo le puse Duendes traviesos II, porque ya les conté una de
duendes y porque seguro publicaré más sobre el tema. Pero él la llamó:
Historia de espantos
La historia se desarrolla en el negocio de mi papa, esto paso hace años. Mi papá tenía una bloquera, y tenía su camion de volteo donde iba a hacer algunos viajes: a traer arena, graba, etc. para la bloquera.

Una mañana mi papá se disponia a hacer un viaje, y siempre el ayudante llegaba temprano, entonces para preparar el camiómn hacía lo usual, le hechaba agua, lo revisaba, etc. Pero esa mañana, cuando el ayudante levantó el capó del camion, escuchó un ruido dentro de la cabina del mismo. Le parecio raro porque el camión siempre se queda con llave, y solo mi papá tenía las llaves; bueno no le puso importancia, siguió con su rutina de echarle agua, etc.


Al rato mi papá aparecio y abrió el camion, y cuál fue su sorpresa cuando vió el sillon (el sillón del camión era largo ocupando el largo de la cabina y la tapiceria era de cuerina), en el sillón se encontraban unas huellas como que si alguien descalzo y con los pies llenos de tierra hubiera caminado en él.


Pero esas huellas eran de pies muy pequeños, tal vez como de unos 10 ó 12 centímetros de largo, pero lo más escalofriante era ver la huella porque a la par del dedo gordo, se miraba que tenía otro dedo, pero no un dedo común sino una forma como de "pezuña", una como uña triangular, como las uñas que les hacen a los dragones en las caricaturas.


Según como se miraban las huellas se veía que el "duendecito", como le llamamos nosotros, había dormido en el lugar del piloto, luego cuando oyó ruido en el capó se levantó y caminó en el sillón, luego se deslizó por la parte de enmedio porque así se miraban las huellas, que se había deslizado en la parte media del sillón, luego desapareció.


Todos aquí en la casa y los vecinos íbamos a ver el sillón del camión, y todos quedábamos asombrados. Lo que no hicimos fue tomarle foto. Se le pone la piel de gallina a uno cuando pasan esas cosas..
Alexxx

lunes, 10 de noviembre de 2008

El día que Ángel desapareció misteriosamente

Amigos, nuevamente los dejo con una historia de Ángel Elías, invitado de esta semana. Una narración construida de manera que, primero, lo hace a uno dudar y conjeturar... Pero luego... Disfrútenla

El día que Ángel desapareció misteriosamente o
El extraño caso de bilocación astral protagonizada
por Ángel Elías

Esta narración escabrosa, es un poco difícil de contar, por lo que intentaré hacer de una manera poco usual. Es de esos casos extraños e inexplicables donde la razón humana no logra bajo ningún medio explicar tan insólito suceso.
Ramón*
testigo 1:
Esa noche, iba con Ángel, saliendo de la universidad. Ya era tarde por lo que corríamos entre autos y demás gente que a la mismo hora van saliendo de la esa casa de estudios. Ya la lluvia estaba amenazando con llegar. Por lo que con Ángel estábamos preocupados por llegar al bus que nos llevaría al lugar donde vivíamos. Esto dado a que estamos en la misma ruta.
En el estacionamiento ubicado en las afueras, que por cierto estaban remodelando, habían materiales de construcción, zanjas, palas, muros derribados, que de alguna manera nos evitaban llevar a nuestro destino. Son esas angustias por no alcanzar el bus lo que, a estas alturas, provocan esos fenómenos raros.
Con Ángel platicamos de todo mientras caminamos. Esa noche, nos habían dejado una tarea que nos tenía preocupados. Y en las carreras le comentaba cómo podíamos solucionar los problemas de tiempo. Cuando llegamos al estacionamiento, únicamente un pequeño bombillo iluminaba el lugar. Apresuramos el paso para subirnos al bus, Ángel contestaba sobre lo que le planteaba, cuando estamos a punto de subir, Ángel que apenas tenía unos segundos de haber contestado, ya no se encontraba de mí. Había desaparecido.
Testimonio de Ángel:
Esa noche, con este amigo, prácticamente corríamos el bus, eso dado que habíamos salido tarde de una clase. Esto dado a que este bus, teniendo cuenta que es el último, siempre es puntual. Lo que llegar tarde significa, quedarse hasta otro día.
Aquel me comentaba, al momento de esquivar carros y saltar, lo inconsciente del catedrático, por dejarnos salir tan tarde. Lo peor de todo era que el bus ya se encontraba en la salida por lo que había que apresurar el paso.
Este amigo me iba hablando adelante ya que en esos lugares, solo se pude pasar en línea recta. Me comentaba que por fin llegábamos al bus y que una vez llegáramos a nuestro destino, pues comeríamos tranquilos. A lo que le respondía presuroso y agitado, como presidiendo lo que sucedería. Nos encontrábamos a punto de subir… cuando de repente, siento algo extraño, luego la luz de un foco que se encontraba cerca se va haciendo más tenue, hasta hacerse todo oscuro. Milésimas de segundo después me encontraba en otro lugar.
Fausto*
Testigo 2
Vi a Ramón y Ángel caminando presurosamente por todo aquel parque. Aquellos son buenos amigos con los que a veces comparto el viaje de regreso a casa. Y platicamos de todo, por lo que al verlos trato de darles alcance.
Era un poco difícil darle alcance por que caminaban muy rápido, y parecía que iban platicando de algo. Por lo que en algunos momentos se detenían a lo que yo aprovechaba para darles alcance.
Aquellos andaban esquivando todo el material regado en el estacionamiento, porque estaba en remodelación, además el bus estaba por salir.
Yo apreté el paso hasta tenerlos ya cerca.
En ese momento, frente a mis ojos, y aunque la luz de un bombillo no era muy buena, vi ante estos ojos, (que como diría mi abuelita) se lo van a comer los gusanos, como Ángel… se resbalaba dentro de una zanja.
Ángel Elías
www.angelgt.blogspot.com

viernes, 7 de noviembre de 2008

Voces gemelas


Me parece que es común que en una familia la voz del padre y de los hijos, o la voz de la madre y de las hijas, se parezcan mucho. Allí la genética debe ser accionista mayoritaria.

Pues bien, ese es el caso de mi familia. Mis cuatro hermanas y yo hablamos muy parecido a mi mamá. Pero mi hermana Bele y yo hablamos idéntico.

Tanto se parecen nuestras voces que muchísimas veces logramos engañar a nuestra propia madre. De hecho, cuando éramos adolescentes y mi hermana quería verse con su novio, tenía que hacerlo a escondidas de mi mamá. Cuando mi mamá la llamaba, yo contestaba desde el cuarto de mi hermana y entonces mi mami ya no se molestaba en llegar hasta donde yo estaba para verificar que yo era mi hermana.

Pues bien, un día el noviecito llamó por teléfono a la casa y yo contesté. Al escuchar mi voz, él pensó que se trataba de mi hermana y, antes de que yo pudiera decir nada (creo que en el mismo instante se me ocurrió mejor no decir nada, jajaja, ñaca ñaca) él empezó a cantar una canción de Camilo Sesto: "Sooooooooooloooooooo tuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu enciendes mi pasioooooooooooooooooooooooooooooon"

Jajajaja yo no pude contener la risa y solté una carcajada. Sólo logré escuchar al aturdido novio que me decía:

"Ya vas a ver, me las vas a pagar, jajajaja"

Mi hermana, que lo había escuchado todo, tomó el teléfono. Pero fue tanta la risa de los tres que la conversación se veía interrumpida por las carcajadas.

Mucho tiempo después yo seguía cantándole la cancioncita al cuñado que, afortunadamente, compartía con mi hermana el sentido del humor.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Accidente sin explicación


Esta es una semana de invitados especiales. Ayer nos reímos con una historia de Patty Orellana y hoy los dejo con una curiosa experiencia que le ocurrió a mi amigo Juan Luis, la cual llamó:


De por qué me caí en mi bicicleta a finales de enero de 1992


El 20 de enero de 1992 falleció mi padre, después de un largo padecimiento del corazón y otras complicaciones. Practico ciclismo desde finales de los 70s y he participado en competencias y eventos diversos organizados por la Federación de Ciclismo.

Como todas las mañanas, una semana después de que falleciera mi padre regresaba a mi casa después de hacer mi entrenamiento matutino, circulando por el anillo periférico de sur a norte. Cuando pasaba por la colonia Granai & Townson, frente al Hospital Rodolfo Robles, de repente perdí el control de mi bicicleta y en una fracción de segundo me encontraba incrustado con todo y bicicleta, en la horquilla de uno de los árboles de pino sembrados a la orilla de ese lugar, donde existe una parada de buses.

Como pude, al momento de estrellarme coloqué ambos brazos frente a mi cara para no hacer contacto con esa parte de mi cuerpo. Mi bicicleta estaba incrustada de tal forma en la horquilla del pinito que resultaba muy difícil sacarla de ahí. Yo me bajé de la bicicleta y pude darme cuenta que tenía raspones en las rodillas, muñecas, codos, brazos, pero, mi bicicleta seguía prensada en el pino.

Unas personas que se encontraban a esa hora (serían las 7:00 horas) en la parada de buses se me acercaron para ofrecerme su ayuda y me preguntaron por qué me “había subido ahí” con todo y bicicleta. Les respondí “no sé”, “no sé qué me pasó”. Asombradas al igual que yo me ayudaron a “destrabar” mi bicicleta del árbol y comprobé los daños que tenía: timón doblado, un aro quebrado, una llanta estallada y raspones. Le hice las reparaciones básicas que necesitaba en ese instante para poder continuar y llegar a mi casa.

Por supuesto que las pequeñas heridas sangraban y tenía inflamadas varias partes de mi cuerpo que me dolían mucho. De manera cautelosa y con una velocidad menor a la que transitaba cuando resulté incrustado en el árbol, pedaleé hasta llegar a mi casa.

Me lavé y curé las heridas, las cuales no provocaron mayor complicación, pero, empezó entonces la interrogante: qué provocó la caída o desvío de la ruta para que yo resultara “metido” en ese árbol ? Iba a una velocidad promedio de 20 Kms. por hora, no había obstáculos ni algún objeto que hubiera identificado como el causante del accidente. Qué pasó entonces ? Dicen que después de que fallece algún familiar cercano, unos días después siempre pasan cosas raras a alguien de la familia. Será esto cierto ?

Juan Luis González A.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

De zapatos (del origen de los chistes III)


Tal como lo prometí, hoy tenemos a una invitada especial: Patty. Aquí los dejo con esta historia, como dirían porái "pura verífica"


Hace muchos años, aproximadamente unos 35, vivía en Zacapa un zapatero famoso por dos cosas: porque no era muy cuerdo que se diga, y porque trabajaba zapatos al gusto del cliente: buenos, bonitos y baratos.
Pues resulta que el fulanito, tenía varios clientes, uno de ellos era mi papá. Ya le había fabricado algunos pares y mi papá quedaba satisfecho, hasta que un día….Llegó a recoger los zapatos y al medírselos le quedaban grandes, se los devolvió pues le dijo que se había equivocado, que sin duda eran de otro cliente.

El zapatero muy amable y todavía sonriendo como quien dice ¡qué buena onda soy! le dijo: “No don Luis, sí son los suyos”. No, insistió mi papá, aquí está la plantilla que me tomó y estos están más grandes. Ahhh, mire pues –le dijo de nuevo el fulanito- eso no lo hago con todos, sólo con mis mejore clientes, es que usted me cae bien y por eso le di ganancia a sus zapatos….
Patty Orellana

lunes, 3 de noviembre de 2008

De temblores y terremotos III


George es un amigo muy querido. Trabajó por más de 45 años en un mismo diario. El vivió toda la evolución de los distintos métodos de publicar el periódico: del tipógrafo a la era digital. De hecho fue chupógrafo, digo tipógrafo.

Pues bien, al parecer George le hacía honor a lo de chupógrafo. Al menos en ese estado (etílico, de ebriedad, o como quieran llamarle) llegó a su casa la noche del 3 de febrero de 1976. Esto hizo que pasara el terremoto que se nos vino la madrugada siguiente:


Anestesiado


Según me contó un día, a pesar de que salió tarde del trabajo aquella noche del 3 de febrero, no se fue a casita, sino con unos amigos a jugar billar y de ahí se fue a casa bien mareado.

El terremoto despertó a Guatemala a las tres y media de la madrugada, pero él no despertó sino hasta cuando ya había salido el sol.

Fue la luz del día lo que golpeó sus ojos y, al abrirlos, oh sorpresa, sólo vio cielo azul. Por un instante creyó estar en el mismo cielo, pero luego comprendió todo. Al ver que se movía, unos vecinos se acercaron para saber cómo se encontraba. Ël, bien, un poco mareado. Pero la razón de haberse encontrado con el cielo como primer escenario fue porque el techo y algunas paredes de su casa se vinieron abajo con el siniestro. Afortunadamente, vivió para contarlo.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Una chica agradecida


Hay una frase que dice algo así: "Quien a tu hijo quiere tu boca endulza", y de eso podemos dar fe todos los que tenemos hijos.

Pues bien, esta historia fue un poco traumática para mí, pero como bien lo dijo el Kontra, se nos olvida a veces que los invisibles también son humanos y aquí hay un hermoso gesto de humanidad de parte de una joven de la calle.

Cuando mi nena pequeña nació (1995), yo trabajaba en la Revista Crónica y las oficinas se ubicaban en el Centro Comercial de la zona 4. Siempre tomaba el puente que de la 19 calle de la zona 1 conduce a la 6a. avenida de la zona 4. Al llegar a la curva del puente veía a una adolescente de la calle, madre soltera, con su bebé en brazos. Quizá era un bebé uno o dos meses menor que la mía.

Algunas veces yo le pasaba dejando ropita; otras, una compota. La lentitud del tráfico me daba tiempo para hacerlo. Ya nos conocíamos.

Como siempre he sido despistada, a veces conducía un poco pensativa y con la ventanilla abierta.

Una mañana en que el tráfico iba particularmente lento, no vi a la chica en el lugar de siempre. Sin embargo, como iba distraída, no me fijé que hacia mí venía un hombre que, al ver mi ventanilla baja no dudó en meter medio cuerpo entre mi carro (en ese tiempo no conducía al súper Chevy, sino al Hirohito, un pickupito 1,000, Toyota, al que mis compañeros llamaban Ébola).

El tipo, encima de mí, con medio cuerpo dentro del carro, buscaba algo para robar, supongo. Pero yo llevaba mi bolsa bajo el sillón, así que no la podía ver. Aunque quizá fueron segundos, yo sentí una eternidad el forcejeo con aquel individuo. No sé qué habría pasado si la chica, como si de un ángel de la guarda se tratara, no se hubiera aparecido no sé de dónde pues apenas pude escuchar su voz diciéndole:

-A ella no la molestés, dejala en paz

y ante la necedad del ladrón, volvió a gritarle

- ¡Que la dejés, te digo!

Como por arte de magia, el tipo salió al fin del Hirohito y yo pude seguir mi camino, no sin antes agradecer con una sonrisa a mi salvadora.

Volvimos a vernos algunas veces, seguí llevándole cositas para su bebé cuando podía. Luego no volví a verla más, pero siempre la recuerdo, principalmente cuando paso por ese puentecito en el que ella me salvó de un asalto como gesto de agradecimiento.

sábado, 1 de noviembre de 2008

¿A cuánto el masaje?


Una anécdota llama a otra y así podemos todos ir recordando situaciones similares propias y ajenas. Esta que les cuento hoy le ocurrió a una amiga hace muuuuuuchos años. Tantos que todavía existía el Diario El Gráfico en cuyas páginas de clasificados ya se anunciaban en aquellos tiempos las salas de masajes y otras cosas exóticas.

Resulta que uno de estos negocios estaba ubicado por la 12 avenida y 16 calle de la zona 1, y mi amiga vivía por el Barrio de Gerona, en la zona 1, en la 12 calle y 16 avenida.

Ella vivía con una prima y sus sobrinos, pero esa tarde estaba sola en la casa cuando llamaron a la puerta. Salió a ver quién era "y aparece un paisano (indigena) con una hoja de periodico en la mano" y le dijo:

-¿Cuánto cobrás?

Mi amiga, que se enoja fácilmente, le contestó:

- ¿De qué estás preguntando?

Entonces el hombre le dijo:

- "De esto que anunciás aquí", mostrándole la hoja del anuncio.

Le dio un poco de risa a ella, pero le respondió seria:

- Aquí no es

Y más o menos le dijo por donde quedaba la cosa.

El hombre se fue y ella se quedó riendo sola por un buen rato.

"Como vivía algo cerca de las 'señoritas de la línea', me molestaban algunas amistades preguntando que si en mis tiempos libres me dedicaba a ese negocio", comenta mi amiga.