martes, 30 de septiembre de 2008

Dura de matar (y de morir) I



La muerte se me antoja un gatito cuyas garras juguetean con mi vida: un ratoncito que tarde o temprano terminará entre sus fauces. Pero, eso sí, no sin dar batalla.
Al igual que muchos de ustedes, he estado a punto de colgar los tenis, subir las gradas o, en pocas palabras, morir.
Dos buenas revolcadas en el mar, otras tantas en piscinas, una terrible y muy cercana en Amatitlán... y ahora que me acuerdo, una vez hasta iba a ser víctima de homicidio (ya les contaré otro día). Eso sin contar las veces que me he ahogado en un vaso de agua. Lo cierto es que soy dura de morir, y de matar.
Creo que cuando todo el mundo pensó que de plano me llevaría la Parca fue en el 87, cuando un cáncer me tuvo como huésped del Hospital General durante casi todo el año. Otro día les contaré algo al respecto.
Lo cierto es que yo debo ser de hueso colorado, como mi abuela materna que tiene 101 años y a quien ni siquiera le da gripe.
Pero entremos en materia. Aquí les va la historia para hoy:
La inyección letal
Sucede, mis estimados, que mientras estaba hospedada en el Hospital General recibiendo quimioterapia y otras torturas chinas y chapinas, iba a ser objeto de una práctica médica que casi me lleva al cementerio.
Resulta que yo recibía dósis máxima de quimioterapia por vía intravenosa. Mi papá compraba en el INCAN el bendito químico que venía en presentaciones de 50 ml. Yo recibía diariamente, de lunes a viernes, 25ml diluidos en un suero que me duraba casi dos horas cada sesión.
Era una verdadera eternidad y una tortura pues no sólo parecía yo una muñequita de vudú, toda pinchada, sino que los efectos secundarios eran realmente molestos.
Un buen día, a la hora del suero, apareció la enfermera con un equipo médico muy diferente al de costumbre. En lugar del suero llevaba una enorme y gruesa jeringa que infundía terror al solo mirarla.
Al ver mi cara de susto, la enfermera me indicó que uno de los médicos que me trataban había dado la orden de cambiar el método y que la jeringota esa era suficiente para diluir la quimio. La operación no duraría dos horas, pero sí unos diez minutos. Es decir, tendría esa jeringota en mi bracito durante 10 largos minutos y, lo peor, debía confiar en el temple de la enfermera que debía inyectarme el químico muy despacito pues éste podía ser corrosivo.
A estas alturas ya un pinchazo más no me hacía mella. Sin embargo la jeringota me daba tal desconfianza que no permití que me pinchara.
Al los pocos minutos varios médicos del hospital se concentraron en la ginecología (que era donde estaba hospedada) para tratar de convencerme. Pero yo quería hablar con mi doctor que estaba fuera del nosocomio.
Finalmente, me comunicaron con él por teléfono y me explicó las ventajas de este nuevo procedimiento. Entonces accedí, pero justo en el momento en que la enfermera se disponía a pincharme, vi con horror que el frasquito de 50 ml (que empezábamos ese día) estaba vacío. La muy pilas de la enfermera no dividió la dosis sino que colocó los 50 mil en una sola inyección.
Se lo hice ver al jefe de médicos que se había quedado allí viendo que yo me dejara torturar. Tuvieron que tirar la mitad del líquido (con lo cariñosa que era la mentada medicina) y tuvo que ser otra persona la que me inyectara pues yo no quería ver ni en pintura a la enfermera que no sabía seguir instrucciones y que, de no haber sido por el cambio de método, me habría mandado dos metros bajo tierra.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Sin palabras...

Se los comparto con una enorme sonrisa.

sábado, 27 de septiembre de 2008

El ojo de vidrio


Ayer que Lucía me contó que su beba de dos añitos le bailó por teléfono la canción para los abuelitos que bailó en su colegio, recordé esta historia cortita pero muy divertida que me contó una ex compañera de trabajo. Como la memoria me empieza a fallar, puede que altere algún dato, pero creo que en esencia esto es lo que pasó:
Resulta que el esposo de mi amiga tenía un ojo de vidrio que solía quitarse por las noches y dejarlo entre un vaso con agua en el baño.
Un día, el hijo pequeño, que tendría unos cinco o seis años, entró al baño. Al ver que el ojo de vidrio de su papi lo veía a él atentamente desde el vaso, se puso a bailarle y a hacer gestos y micadas.
Al salir del baño, el chiquillo corrió con su papá y le preguntó emocionado: ¿Te gustó el show que te hice?

viernes, 26 de septiembre de 2008

SUPER NANCY BROS

Nunca he sido de esas personas que se desesperan con el tráfico. Esto porque cuando empecé a manejar me di cuenta de la gran ventaja que hay para los novatos en el arte de conducir que se avance a vuelta de rueda. Así nadie lo presiona a uno y todos vamos despacito.
Cierto es que tuve mi época de brinconcita. No imprudente, ni salvaje, pero sí de esas que no da la pasada si el abusivito que se quiere cambiar de carril no pide vía con el pidevías, la mano o aunque sea con la lengua. Pero afortunadamente ya ni les pongo coco y no peleo con nadie. Las cosas feas que pasan todos los días en estas calles son suficientemente convincentes como para que a estas alturas exponga mi hígado o la vida misma (o, peor aún, la de mis hijas).
Y como vivo en la quinta porra y para ir de mi casa al trabajo y viceversa tengo que pasar por cientos de obstáculos, pues me tuve que crear un sistema que me permita poner atención al camino y tomar por el lado amable los incontables túmulos, baches, cráteres, pantanos y demás estorbos que hay a lo largo del camino.
Así que hoy no les contaré ninguna historia sino que les enseñaré a jugar SUPER NANCY BROS.
Eso de salir de un punto para llegar a otro pasando por una serie de situaciones, me da la sensación de pertenecer a un videojuego. Así que cada vez que enciendo el súper Chevy me preparo para atravesar un largo trayecto que incluye pasar por varios “mundos” a lo largo de los cuales gano o pierdo puntos imaginarios (depende de mi destreza y actitud). Gano puntos cada vez que logro pasar una situación difícil sin lastimar al Chevito, cada vez que me ceden amablemente el paso, cada vez que yo soy amable, etc. Y pierdo puntos si me molesto más de la cuenta, si caigo en un bache por distraída, si cometo alguna torpeza.
El primer mundo empieza cuando el vigilante levanta la talanquera de la garita para salir de la colonia en la que vivo. Ese primer mundo que debo atravesar tiene unos 800 metros de terracería que en verano levanta polvaredas de película y en invierno sufre cambios que implican tramos fangosos en los que puede patinar el carro, o zanjas y hoyos distintos cada día después de un diluvio. Hay que cuidar no afectar a quienes lo transitan a pie y es opcional, pero siempre satisfactorio, poder darle jaloncito a alguien. Es un mundito verde y bonito que todavía tiene árboles, canto de pájaros y en el que se te pueden atravesar ratas de monte o ardillas.
Al abandonar ese mundo por el portón de la lotificación donde termina Chinautla (del lado de Mixco) se pasa por el pequeño mundo de los pantanos de invierno. Este tiene hoyos que alcanzan el largo y el ancho de vehículos grandes. Termina en una estación de buses que pone a prueba la paciencia del más santo.
Le sigue el mundo de los túmulos, un par de kilómetros que combina túmulos y cráteres con distractores como perros, gallinas y peatones temerarios, y conductores impacientes e imprudentes.
El sisguiente mundo es “Las Cañas III”, una cuesta con problemas de visibilidad en la noche y distractores similares al mundo anterior todo el tiempo.
El mundo que debo sortear más adelante es terrible en horas pico. Aparte de los baches y túmulos, que son menos pero siempre están presentes, hay que lidiar con gente que se levanta tarde y cree que va en jet, con pilotos desesperados, maleducados o realmente irrespetuosos de toda norma, que deciden conducir en contra de la vía abriendo carriles en sentido contrario con los que sólo consiguen interrumpir la circulación de los que vienen hacia nosotros, lo que genera caos en diversos puntos del trayecto.
El mundo Naranjo es quizá el más hermoso, visualmente hablando, pues tiene tramos de increíble verdor en invierno, mantitos de niebla que por las mañanas parecen ser nubes que de la tierra suben hacia el cielo, y por las noches fantasmas que nos ingieren con todo y carritos. Aquí hay que cuidar no caer en un cráter que pueda destruir la flecha de tu carro (como le pasó al Chevito este año). También hay que estar atentos a la formación de cuatro y hasta cinco carriles, pues podríamos raspar nuestros carritos. Y por supuesto, lidiar con conductores realmente envenenados o poseídos.
El periférico es mi penúltimo mundo. Quizá el más salvaje de todos, donde hay un poco de todos los obstáculos anteriores a los que se les suman conductores que “vuelan” por encima de los 100 kph ignorando los rótulos que dicen que la velocidad máxima permitida es de 70 kph.
Finalmente, el centro de la ciudad: un mundo de semáforos des sincronizados y de peatones que no saben usarlos a la hora de pasar la calle.
Al llegar a mi parqueo todavía debo atravesar la segunda fase de este mundo antes de incorporarme a mi trabajo. Este recorrido es a pie y en el que debo cuidarme de no ser atropellada por un loco, agredida física o verbalmente por otro loco de a pie, o asaltada por algún raterito de los que abundan por esas calles del centro.
Llegar a la casa o la oficina es realmente una hazaña y, últimamente, he aprendido a ganar muchísimos puntos.
¿Eres de esas personas que se desesperan con el tránsito? ¿Vives lejos y el camino a tu casa está lleno de baches, túmulos y similares? ¿Te sacan de onda los pilotos envenenados que se levantaron tarde o, peor aún, olvidaron ir al baño antes de salir?
Protagoniza tu propio SÚPER TÚ BROS y verás que se hace más divertido llegar vivo y entero a tu destino.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

¡¿Vieja yo?!


La verdad es que el tiempo no perdona. Los años pasan y muchas veces, aunque el espejo haga evidente la llegada de las arrugas, las libras y las canas, seguimos viendo nuestro reflejo como si se tratara del retrato de Dorian Gray.
El tránsito por los cuarentas en ruta directa y sin escala hacia el medio siglo es una experiencia muy especial para cada quién. Los desajustes hormonales (que todavía no he sentido, pero ya vendrán), la cierta madurez que se supone alcanzamos, la seguridad que nos da la experiencia de las varias décadas vividas…lo experimenta cada quien desde una perspectiva propia, única, íntima.
Sin embargo, eso ocurre internamente. Pero ¿externamente? Los demás nos ven envejecer y para las generaciones de nuestros hijos, sobrinos y vecinos o compañeros de trabajo nos vamos convirtiendo en una especie de clase social a la que tratan de “usted” (por respeto, entiendo, pero suena feo a veces) y delante de la cual no actúan como lo dicta su juventud y jovialidad (por no molestarnos… gracias, pero también nos resiente… ejem, al menos a mí).
Cuando estás en los treintas, te empiezan a decir “seño”, por aquello de no quedar mal si es que aún se es “señorita”, pero en los cuarentas ya de plano hasta llega uno a agradecer que alguien le diga por inercia o por error (por apariencia… lo dudo), “señorita”.
Así las cosas, una se siente halagada cuando algún galante pretendiente de la hija mayor le dice “pero si parecen hermanas”, aunque no sea cierto. Pero se siente feo cuando alguien te pregunta si eres “la abuelita” de la hija menor.
Bien, todas estas señales que vamos percibiendo cuando estamos “entrados en años” son nada, comparadas con el momento dramático de la verdad: el día en que descubrimos que realmente estamos viejos.
Valga mi perorata para contarles la anécdota del día en que me tocó entender que ya no soy joven. (¿Viejos…? los caminos, y aún levantan polvo, o el mar, y todavía da pescado fresco).

El club de la tercera edad

Sucede que cuando mi promoción de magisterio empezó a planificar la celebración de las bodas de plata, me invitaron a una reunión en el Centro Comercial Miraflores.
-Vamos a estar en el área de cafeterías, me dijo una compañera. Pero si quieres, nos encontramos en la fuente.
Como llegué temprano, esperé un momento en la fuente, pero luego de un rato decidí subir al área de restaurantes. No vi a nadie conocido. Unos jóvenes estudiantes por aquí… varias parejas de novios por allá… un club de ancianas más allá…
Bajé de nuevo para esperar a las compañeras y cuando estaba a punto de acomodarme en la fuente escuché detrás de mí
-¡Nancy, Nancy!
Volteé a ver y reconocí a una de las mujeres que me llamaban. Seguro venía con su mamá. Los años habían pasado, pero aún pude reconocerla.
La que yo creía su mamá me saludó sonriente y confianzudamente. Era obvio que también era de la promo y eso me noqueó.
-¿No nos viste? Pasaste junto a nosotras allá arriba.
-… No. Ujum. Es que soy muy despistada, susurré, avanzando hacia lo inevitable
Subimos, tomé mi silla y todavía desconcertada por el trance, el shock, el susto, me integré al club de ancianitas (gordas, canadas, arrugadas… viejas al fin).

martes, 23 de septiembre de 2008

Los Testigos de Jehová y yo I

ADVERTENCIA. El contenido de este post puede resultar molesto para quienes practican dicha religión (o similares), por lo que les recomiendo abstenerse de su lectura. En el caso de que insistan en leer, no digan que no se los advertí.

Nada puede haber más esperado para un periodista que el glorioso descanso del domingo. Y nada puede haber más molesto que un individuo X (léase vendedor inoportuno, vecino inoportuno, visita inoportuna, llamada inoportuna, etc.) lo saque a uno de su camita ese único glorioso día para algo completamente intrascendente. No importa que esté despierta desde las 5 de la mañana (como suele sucederme). Es el simple hecho de que algún desconsiderado toque la puerta antes de las 10 de la mañana (y yo no esté preparada psicológicamente para ello) lo que me altera la personalidad. Así de simple.
Por otro lado, en lo personal no tengo ningún problema con ninguna secta, clan, grupo religioso, comunidad espiritual y similares, siempre que no se metan conmigo. En otras palabras, si yo no los llamo, que ni se asomen a mi puerta; yo hago lo propio manteniéndome bien lejos de sus puertas. O, como diría don Benito, “El respeto al derecho ajeno es la paz”.
Bueno, pues resulta que los benditos testigos de Jehová no se tocan el alma para pasar por las casas del resto del mundo muy tempranito los domingos por la mañana.
En mi caso, y en mi casa, como no hay portón que les detenga el paso, ingresan como Juan por su casa a mi garage y “somatan”, literalmente “so-ma-tan”, la puerta de la sala, que es de metal.
Tras el susto que me sacude de la cama y me deja son el sistema nervioso encrispado y al borde del infarto, se alborota mi adrenalina y ,como si fuera algún líquido tóxico en ebullición, va subiendo como Alka-Seltzer por toda mi humanidad… Al pasar por mis oídos, me susurra cositas malas y me transformo. Estas metamorfosis espontáneas y fugaces, completamente fuera de mi control (¿acaso creían que sólo Hulk se transforma involuntariamente?), me han hecho interpretar los papeles más insólitos sobre esta tierra. He aquí el más dramático:



Adoradora de Satán



Uno de esos gloriosos domingos de contemplación y descanso, somataron mi puerta, echando a andar la cadena de sucesos internos. El proceso de metamorfosis fue inmediato y, al ver por la ventana la sombrillita característica, se aceleró.
En ese entonces, tenía una bella mascota rottweiller cuya sola sonrisa infundía respeto en cualquiera. Sin pensarlo y de golpe, abrí la puerta de la sala y entre mi pierna izquierda y el marco de la puerta aprisioné la cabeza de mi enorme perrita que permaneció quieta, con la mirada fija en la dueña de la sombrilla, los colmillitos en plena exposición y un gruñido en la garganta por saludo.
-¿Qué desea?, pregunté con cara de naranja agria.
Sobreponiéndose al susto, pero con el rostro pálido y la mirada fija en mi mascota, la mujer me dijo algo que no recuerdo. Algo así como que quería que habláramos de dios o de las escrituras.
- Pierde su tiempo conmigo, señora -le dije. Y con una mueca diabólica y voz de ultratumba rematé: -Aquí adoramos a Satanás.

De más está decir que, asustada y sin argumentos, confundida y quizá enojada, la mujer se alejó rápidamente de mi casa.
Pero no crean que me deshice de ella para siempre. Al parecer, en ese momento pasé a convertirme en un objetivo específico y luego vendrían muchas historias más, algunas de las cuales les comentaré acá.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Introducir las extremidades I


En el dudoso arte de "meter las patas", me llevo las palmas. Soy toda una experta, por lo que historias de ese tipo seguramente aparecerán con cierta frecuencia en este blog.
Debo reconocer que la indiscreción, a veces, y el no pensar lo que digo, ni a quién se lo digo, otras veces, los heredé de mi madre.
He aquí un par de perlas que tienen como común denominador el uso inoportuno de
Dichos y refranes
Hace miles de años, cuando mi mamá era joven, tenía una amiga, la Tere, cuya debilidad eran los suéteres. Poseedora de voluptuosas curvas, la Tere tenía un defecto físico: caminaba desigualmente... en buen chapín: "cojeaba".
Un día, la Tere le comentó a mi mamá que su novio (el de la Tere) había regresado de viaje.
- A que no sabés qué me trajo de regalo..., le dijo
- Un suéter, respondió inmediatemente mi mamá. Y completó la oración con el dicho: "si él ya sabe con qué pata cojeás"...

¡Plop!
Esa historia me recuerda otra que yo protagonicé (como buena sucesora de la corona de metidas de pata).
Hace algunos años tenía un gran y querido amigo y compañero de trabajo (qpd) cuya esposa, a quien también apreciaba mucho, padecía de enanismo.
Un día él entró a mi oficina y al verme estresada en la computadora preguntó:
- ¿qué hacés?
y mi respuesta...
- Aquí, pariendo enanos
(¡Plop!)
_____
Comerciales
Recomiendo visitar la página de mi amigo Julio Lara, periodista que por muchos años ha cubierto la nota roja: 
http://www.julitolaragarcia.blogspot.com/. En su blog cuenta las vivencias de las coberturas más dramáticas que ha tenido que hacer. Un interesante blog que muestra que este oficio requiere una buena dosis de adrenalina, garra, pasión y vocación.
Además, les recomiendo la lectura del post que colocó Alfredo Vicente el jueves pasado (18 de septiembre) en su blog Kerosene (
http://www.alfredovicente.com/). Vale la pena, se los aseguro.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Un saludo para mi blog


Hoy recibí el comentario de mi amigo RCE quien no pudo colocarlo debido a problemas técnicos. Así que como está muy hermoso, lo comparto con ustedes.

Saludo a tu blog
I

Hoy me introduje en tus prosas,
vagué en líneas cristalinas
que riegan coplas divinas,
donde nacen bellas rosas.
La miel de la vida gozas,
no eres monja, si editora,
y quizás… hasta escritora.
Espero, tus letras lances
y colosal palma alcances,
pues de letras sos pintora.

II

Cuéntame tus pasatiempos
cuando soñaste ser monja
pues tienen mucha lisonja
y dan recuerdos en tiempos.
No quedan los entretiempos
perpetuos en la evocación,
solo está aquella animación
cuándo monja eras en sueños,
ahora recuerdos sin dueños,
escritos con entonación.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Un santo en el cielo


Hace muchísimos años, por la época en la que yo quería ser monja, salíamos de la escuelita en la zona 1 y teníamos que regresar en camioneta a la casa, en la zona 11. Esperábamos (una eternidad, debo decir) la camioneta en la 10ª. calle y 10ª. avenida, frente a Capuchinas.
Allí, mi mamá y sus cinco hijas esperábamos bajo el sol de las primeras horas de la tarde la dichosa 15 Carabanchel. Allí entendí a un locutor de radio que solía decir: “En este país pasa de todo, menos la camioneta”.
Uno de esos días de insolación y espera, me distraía viéndole formas a las nubes cuando, de pronto, ¡oh sorpresa!, entre los retazos azules de cielo y las vaporosas nubes vi a un santo. Estaba allá arriba, de pie sobre las nubes y, según yo (que para esa época nadie se había dado cuenta que era miope), dirigía su mirada hacia mí.
Me sentí una elegida. No dije nada. Veía a mis hermanas: la Vivi, medio dormida colgando del brazo de mi mamá; la Winy, como clase aparte, con la mirada de “yo a esas ishtas ni las conozco”; la Bele y la Zully, ya ni me acuerdo. Pero todas ellas ajenas a la celestial aparición.
Volvía a ver al cielo y allí seguía el santo sobre las nubes. Hasta que llegó finalmente la camioneta y no lo vi más. De cuando en cuando volteaba a ver por la ventanilla hacia las nubes para ver si el santo seguía conmigo, pero no. Ya no había aparición.
Al día siguiente, mientras esperábamos la camio… otra vez vi hacia el cielo y allá estaba el santito. La aparición se repitió todos los siguientes días, sin excepción.
No sé cuántos días pasaron hasta que llegó el día en que no hubo nubes y, a pesar de mi miopía, me di cuenta de que el dichoso santulón no estaba solo, estaba acompañado de otros dos. Y no estaba parado sobre nubes sino en las torrecitas de la Iglesia de Santo Domingo*.
Primero me di vergüenza, pero luego me di mucha risa. Que bueno que no se me ocurrió contarles a mis hermanas… Si no, quién hubiera aguantado sus burlas.
---
*Para los que están en Guate, la iglesia de Santo Domingo queda dos cuadras abajo de Capuchinas (sobre la 12 avenida) . Si alguien se para frente a Capuchinas al nivel del tamañito que yo tendría a los 10 años (que no debe variar mucho del actual) y mira hacia Santo Domingo podrá descubrir entre las nubes al santito de mi historia. Si no hay nubes... se darán cuenta de que sólo es una estatua religiosa sobre la iglesia.

martes, 16 de septiembre de 2008

El amor de los animales

Este video me recuerda la historia de un perrito que tuvimos en la familia. Se llamaba Lobo y era un collie, creo.

Una vez se lo robaron y pasaron algunos días sin que supiéramos nada del perro. Pasó un tiempo y de pronto el perrito llegó a la casa. Había estado amarrado, pero con sus colmmillos logró romper el lazo que lo aprisionaba. Además, quién sabe qué distancia recorrió pues, según cuenta mi mamá, llegó con las patitas casi en carne viva.

¿Cómo dio con la casa? ¿Cuántos días viajó para encontrar su hogar? ¿cuántas experiencias malas pasó hasta llegar de nuevo con nosotros?

No lo sé, sólo sé que el amor de los animales es muy grande y hermoso.

sábado, 13 de septiembre de 2008

De por qué no fui monja


Sí. Aunque ustedes no me lo crean, alguna vez pasó por mi cabecita convertirme en monja.
Debo haber tenido vivarachos 10 u 11 añitos cuando leí un libro sobre la historia de San Francisco y Santa Clara. Para mí fue algo muy impresionante y hasta contagioso. Llegué a pensar incluso: "qué bien, si puedo ser pobre no tendré preocupaciones y me podré dedicar a hacer cosas buenas, total, no tendría nada qué perder". (Tan noble yo, jajaja)
Además, por aquella lejana época tenía yo la autoestima por encima del Éverest. Así que modelaba frente al espejo con sábanas y trapos en la cabeza. Y pensaba: "Me veo bonita de monja. Voy a ser una monja bonita, me luce el mantito ese".
De más está decir que no tenía ni pizca de fe, ni idea de dios y no entendía ni piloyes de religión (desde que estaba estudiando la doctrina cuestioné muchas cosas que serán objeto de otras historias más adelante).
Así las cosas, un día que estaba con mi familia en misa en Santo Domingo, se me ocurrió ir a confesarme, pero en lugar de hablar de mis pecaditos con el cura, lo que hice fue hacerle la consulta. "Fíjese que quiero ser monja, pero no sé qué debo hacer"
No recuerdo nada de lo que me dijo el curita. A mí sólo se me quedó una frase: "No debes haber conocido varón"
Hasta allí llegaron mis intenciones. Yo conocía a mis primos y a algunos de sus amigos y a algunos vecinos. Había conocido muchos varoncitos en el parvulitos (porque después sólo estudié con niñas). Caray, ahora entendía aquellas historias de las santas que desde niñas habían sido recluidas en los conventos. Ni modo ellas sí podían ser monjas, pero yo...
De la que me salvé. Seguro seguro no tenía vocación, en cambio resultó más interesante haber conocido varón. ;)

viernes, 12 de septiembre de 2008

Del origen de los chistes II


Bueno, esta es una historia clásica. De esas que siempre se recuerda dentro de la familia.

No es lo mismo, pero es igual

Esto le pasó a mi mamá hace muchísimos años... tantos, que yo ni había nacido. Resulta que con ella trabajaba una joven oriunda de San Vicente Cabañas (de plano recomendada por mi tío político que les conté).

María Elena Ramos, mejor conocida como "la Licha" en mi familia, tenía cada ocurrencia que para qué les cuento.

Un día mi mamá la mandó a la tienda y le pidió que le comprara dos pliegos de papel parafinado.

Al cabo de un rato la famosa Licha regresó con dos pliegos de papel de china negro.

Mi mamá, un poco contrariada, le dijo:

-Eso no fue lo que te pedí

- Pero eso me dio la de la tienda, respondió la Licha

Mi mamá tomó el papel de china y se fue a dovolverlo a la tienda.

Al llegar le dijo a la señora que no era eso lo que le había mandado a pedir.

a lo que la mujer respondió:

-Bueno, eso fue lo que le di porque la Licha lo que me pidió fue dos pliegos de papel para difunto.


Ah, qué Licha más divertida.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Del origen de los chistes (I)

Como ya lo digo en el encabezado del blog, la realidad supera a la ficción y hasta la alimenta. Y esto se aplica en todos los aspectos de la vida, hasta en los chistes.
Así que, a solicitud del público que me lee aunque no me deje mensajes, aquí les comparto un par de ocurrencias de familiares de un tío político oriundo de San Vicente Cabañas, Zacapa.
Vacas media sangre
Estaba un día el papá de mi tío político viendo pastar a sus vacas cuando los del censo pecuario llegaron con él.
-Buenos días don Toño
-Buenos días
- Cuéntenos ¿cuántas vaquitas tiene? etc., etc., etc.,
-¿Que raza son sus vacas, don Toño?
- Son media sangre, respondió
- ¿Una mezcla de Holstein y Pardo suizo?
- No hombre, media sangre porque la otra mitad ya se la chuparon las garrapatas...

Los gozos de la paternidad
Esta historia la escuché de mi tío político cuando yo era niña, y la guardé todos estos años para contarla acá:
Estaba un vecino de San Vicente Cabañas jugando con sus pequeños vástagos, cuando pasó mi tío y le dijo:
- Se goza con los niños, ¿verdá usté?
- Sí, claro, pero más se goza con la señora cuando se los está haciendo...

Ocurrentes, los orientales ¿no?



Solo es un día…

De nuevo Ángel Elías comparte una historia de esas que no sabe uno a quién pegarle, si a la novia del amigo o al amigo. En fin...

Vos –me dijo una vez un amigo. -¿Cuánto ha sido lo más que has esperado a una mujer en un lugar? –Pues –le dije. A lo sumo media hora. ¿Por qué?
Sucede que este amigo tuvo una novia sino un tanto distraída, un poco desamorada.
–Fíjate, que yo espere a aquella un día –me comentó.
¿Un día?
–Sí, un día –me dijo. Resulta que ellos se habían citado con su novia en un centro comercial, esto por lo de su aniversario. Él, entusiasmado llevaba un ramo de rosas y unos chocolates, que según me contó le costaron no solo entrarlos sino también un ojo de la cara.
Esa mañana, aquel amigo se bañó, se afeitó, se peinó, se volvió a afeitar y se perfumó en ese orden. Todo para encontrarse con la reina de sus desvelos.
Desde hacía ya algunas semanas él había planeado el día. Un día de desayuno, cine, boliche, zoológico, cine de nuevo y cena. Por lo que desde semanas antes le había avisado a su novia cómo estaría el itinerario.
Esa mañana llegó muy puntal al lugar de la cita. Y se sentó en una de las bancas del centro comercial. Media hora después no llegaba la dichosa novia. A la falta de celular se fue a un teléfono monedero y la llamó al celular de ella, recordando que se lo habían robado días antes. Por lo que procede a llamar a su casa. En la casa la mamá le responde que acaba de salir, que no dijo a donde, pero que se veía con prisa.
A lo que mi amigo deduce que va a su cita con afán, por lo que regresa a esperarla a la banca que momentos antes había dejado.
Media hora después la chica no llega. Es el tráfico, se justifica,
Una hora después de la media anterior, la chica sigue sin llegar.
El medio día se perfila y los trabajadores empiezan a buscar almuerzo. Mi amigo no se mueve pensando que ella llegará en cualquier momento y que si se mueve, ella no lo encontrará.
La tarde se pasaba lentamente y es desesperante cuando la gente ya te ve sospechoso –me dice. -¿Qué hace un tipo con rosas y chocolates en una banca toda una mañana y buena parte de la tarde? Aunque al final –se justifica –creo que lo que les infundí fue lástima.
Y ¿Por qué no te fuiste para tu casa? –le pregunté. –Por imbécil –respondió. Hay un momento de rabia e impotencia, en el que se desea que llegue aquella persona, y así decirle un par de verdades bien puestas, creo que por eso me quedé –dice no ocultando cierto grado de resentimiento.
Y no es para menos esperar casi un día a que llegará, es inmoral. Cuando ya casi se iba, ve al hermano de su novia, él le preguntó qué hacía allí. Y el dice que esperaba a su hermana. Ahhh –responde el otro.
Al rato, llega la novia de mi amigo con la cara respingona que le caracteriza y con la culpa saliéndose por sus poros. Resulta que el hermano le avisó lo que sucedía y ella se recordó de la cita.
Mi amigo desde ese día ya no tiene novia. Y anda retando a cualquiera que bata su récord de esperar a una chica un día. Aunque –me dice después –no creo que haya alguien tan estúpido.

Ángel Elías
www.angelgt.blogspot.com